POESÍA DE ENRIQUE ALCALÁ ORTIZ - El viejo olivo
11. ESTACA

© Enrique Alcalá Ortiz



         Pequeño, inútil, parecías en tu esqueje de brazo partido, cortado por la metálica hacha de los forzados, venosos,  agotados brazos de campesino cortijero. (Moreno de tierra ocre y sol ardiente.)

         Desgajada rama de esperanzas presentes y frutos tardíos, lejanos. Esperados en un tiempo de segunda etapa, posterior a la primera de esperas y somnolencia.

         Estacas erectas, ondulantes, encorvadas, rugosas, de piel ennegrecida, azulinas, impermeables al tiempo.

         Brazos sois de un mar de tierra que os albergará humedeciendo esa corteza -coraza medieval- que protege tus paralelos canales de savia verdiblanca. Te poseerá haciendo que brotes esplendorosa y fascinante en numerosas yemas, base de añosas y deseadas ramas futuras.

         El aserradero hizo virutas y palos secos con esos hermanos de sangre verde que tienes, y que no tuvieron la suerte que te cayó y que hizo de ti continuador de existencia inacabable, eterna, para siempre y más. Con esperanzas de renacer infante. Tus hermanos murieron en la reconversión de la energía de fuego, tambaleante energía de un cuerpo transformado en una vida de contenido indefinido.

         Pero a ti, estaca, te prepararon el recinto con tierra húmeda y pegajosa. Matriz, sin cordón que te albergaría sin vomitar jamás tu salida, si no que servirá de cobijo y cámara real donde tus genes de crecimiento podrán desarrollar su programación de siglos.

         Palo en el aire, sus besos te oxidan.

         La tierra es tu madre que al pudrirte: estaca, esqueje, palo, rama, trozo, con un poco de cuidado te convertirás en el olivo para el que fuiste, estaca, preparada.