-
12. TERMINANDO LA CALLE
La calle San Luis en la segunda mitad del siglo XX.
© Enrique Alcalá Ortiz
espués de unas casas sin ningún negocio, cuyos propietarios eran obreros de la construcción, de las fábricas o campesinos, se encontraba la fábrica de tejidos de Teodoro Arjona. No era una industria muy grande, pero sí lo suficiente para que trabajaran en ella unas decenas de empleados. Como casi todas las fábricas de la localidad, tejían "patenes" y driles. Más tarde, la trasladaron al final de lo que hoy se llama Avenida de América, mucho antes de la fuente Carcabuey. Lo sobresaliente de esta familia es que por ser pequeños empresarios, pudieron dar una carrera universitaria a su hijo de una edad semejante a la de mi hermano mayor. Sus hermanas, siguiendo la tradición, no creo que hicieran estudios superiores. Hoy los habrían hecho, si hubiesen tenido facultades. Éste fue el único universitario de toda la manzana. Un lujo de la cultura laica en esta calle del Obispo Caballero. Haciendo un balance final de los estudiantes de la época en el arrabal, nos da que del total de habitantes, tenemos el universitario antes citado, los cuatro curas que terminaron la carrera y José Gutiérrez López, que no llegó a terminarla, (después sí se licenciaría), y cinco maestros de escuela: Manuel Moreno, Rafael Muñoz, José Tomás Jiménez, una hija de Pablo Ariza y yo. Aunque el bachiller lo hizo algún que otro joven más, creo que no llegaron a los estudios medios o superiores, como le pasó a mi buen amigo, muy inteligente y compañero de instituto Manuel López Lort. Por lo tanto, puede ser que haya alguno que no se me queda en el tintero, sino en la pantalla de ordenador, o bien que sea de una generación posterior.
Y por último, estaba la casa de "el Serio". Un personaje famoso a mis ojos de chaval que cogía protagonismo, como señalo en el apartado La Semana Santa de mis años infantiles, esos días sagrados porque era nada más y nada menos que capitán. Capitán del escuadrón de soldados romanos de la Cofradía de la Soledad. No capitán del ejército español. Este ejército de soldados de Flandes, haciendo honor al origen de sus trajes, estaba dividido en tercios. Una escuadra era de la Columna, otra del Nazareno y la tercera de la Soledad. Estas hermandades eran las encargadas de movilizar tan escogida hueste entre los obreros del pueblo. Al principio todos mayores, pero después la tropa fue degenerando, o mejor dicho resurgiendo, pues los veteranos pasaban sus raídos y latosos uniformes a sus hijos menores, casi siempre imberbes, a quienes la prestancia de las picas y los cascos le caían demasiados anchos. Cada uno de estos tercios romanos, tenían preferencia de marcha cuando procesionaban las imágenes de su Cofradía. Mi "Serio", al ser de la Soledad, tenía esta prerrogativa el Viernes Santo por la tarde y noche. Ése era su día. El pavoneo de su desfile le hacía creer que no era capitán de papel, sino generalísimo invicto. Los espectadores, sin embargo, le agradecían la autoridad fingida que exhibía en sus desfiles por lo que le tenían en la primera fila de sus corazones, mientras disfrutaban del espectáculo. Como él lo sabía, estos días, aparte de la pechuga que formaba su coraza, se le veían aletear los orificios de su nariz alargándose aún más su desmedida longitud de semita, sobresaliendo, por lo tanto de su figura su nariz afilada y montañosa, su pechuga metálica y su espada desenvainada, apuntando al viento. Muchas veces corrí haciendo riada de alegría con otros amigos de ojos dilatados y pies ligeros, necesarios para subir La Cuesta a un paso tan veloz como si uno se estuviese meando y corriera para llegar pronto a los servicios.
El tiempo, y el desgaste, asesino de tradiciones, terminó con este ejército de ocasión. No fueron necesarias nuevas olas de visigodos, suevos, vándalos y alanos para acabar con su imperio. Sólo el capitán de la Columna procesionó este año, luciendo su antes lujoso traje verde, ahora desvaído y deslustrado, y los oficiales del Nazareno de la misma guisa, como si fueran supervivientes de una supuesta batalla perdida por Julio César en la Subbética cordobesa, muy cerca de la Munda montillana.
2520 Veces visto -
|
|