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MEMORIAS DESORDENADAS - Historia de la Huerta Palacio

9. LA FÁBRICA DE SOMBREROS POR LOS AIRES

La explosión de una caldera de vapor de la fábrica de los sombreros instalada en la calle San Luis.

                                        © Enrique Alcalá Ortiz



  

   L

a fábrica los sombreros, como así la llamábamos, se encontraba un poco más abajo, justo antes de llegar a la curva de La Cuesta, y precisamente en ella tenía la puerta principal, siendo uno de los edificios más grandes del barrio junto con la fábrica textil de los Molinas y la de harina de los Ruices. Aunque el aspecto exterior no denotaba mucha exuberancia arquitectónica, tenía una puerta mayor que las normales del barrio, con lo que indicaba su función fabril. Nunca tuve ocasión de visitarla, a pesar de estar siempre jugando alrededor de su puerta. Ésta ha sido la única fábrica que no he visto de las que existían en la Huerta Palacio. Trabajaban allí buena cantidad de empleados y tuvo un gran auge económico en las primeras décadas del siglo. Muchísimo más tarde, desaparecida ya su actividad, tuve ocasión de verla en las pantallas de mi televisor y hacer varias copias de la cinta de vídeo para dársela a amigos e interesados. Unos prieguenses que trabajaban en T.V.E. (Televisión Española) descubrieron en la Filmoteca Nacional un reportaje donde en unos diez minutos de cinta de 16 m/m, se hacía referencia a la vida industrial del Priego de los años 1927, época de la Dictadura de Primo de Rivera a nivel nacional y de José Tomás Valverde Castilla, a nivel local. Después de presentar muchas fábricas de telares, tan abundantes en la localidad por esos años, se veía la de sombreros y fieltro de San Luis de Manuel Serrano donde en una imagen encantadora, un grupo de mujeres, sentadas en sillas con largas faldas que les cubren todas las piernas y con moños veinteañeros, limpia y prepara las pieles, en una toma de excesiva velocidad que ya la quisieran verla en la realidad el dueño que aparece en la siguiente fase llamada batiscosa, a la que sigue la denominada julón donde se hacía la parte del sombrero que entra en la cabeza, continuando con la fase toscadora para terminar en la mesa de sacos planchadores. Se observa en el pequeño reportaje, además de mujeres, hombres que van de aquí para allá con estrechas chaquetas y tocados con gorras de visera en sus cabezas. Además de muchos niños trabajando, siendo este un detalle que resalta en todas las escenas sobre Priego. Era norma corriente el empleo de la infancia en las fábricas. Como último detalle a resaltar, la imagen bucólica de los sombreros cordobeses amontonados en las estanterías dispuestos ya para la venta. Éstos tienen una copa bastante más alta que los actuales y son los mismos que tan repetidamente pinta Lozano Sidro en sus cuadros costumbristas o aparecen por cientos en las fotografías de las procesiones de la época.

            En mi casa, había buen número de sombreros que se fueron juntando a lo largo de la vida de mi padre, y aunque estuvieran pasados de moda no se tiraban. Pues nada se desechaba, ya que podían servir para otra cosa o ser usados en cualquier ocasión. De pequeño, encontré en estos sombreros los juguetes que no tenía y ellos fueron, esparcimiento y diversión, solaz y recreo, además de adorno en mi cabeza, motivo éste de complacencia en mis padres y hermanos mayores que reían mi novicia afición sombreril como una gracia y veían chistosa la desproporción entre persona y tocado. Con mis juegos acabé con todos ellos, por lo que el cuchitril donde estaban metidos dejó de tener unos pocos cachivaches menos.

            En esta fábrica, se produjeron movimientos huelguísticos en el siglo pasado como reseña Carlos Valverde en sus Memorias íntimas y populares y se siguieron produciendo antes de la Guerra Civil, siendo estas luchas sociales tema de coplas en las murgas carnavalescas, según consta en la página 158 del tomo II del Cancionero Popular de Priego:

 

                    Los sombrereros de Priego

                    son unos hombres capaces,

                    en una ocasión quisieron

                    cobrarle al dueño las bases.

 

                    Fueron al Jurado Mixto

                    y así que se enteró el amo

                    a todos los llamó,

                    los conformó con un pavo.

                    Los pobrecitos hicieron bien

                    llevaban tiempo de no comer.

 

                    Qué ricos muslos y qué pechuga,

                    se comieron hasta las plumas.

                    Y estando de buena unión

                    al ver lo que discutían

                    entre ellos había uno

                    que al amo se lo decía.

                    En vistas de estas acciones

                    varios se desesperaron,

                    entonces dijo uno de ellos:

                    "La culpa la tiene el pavo". 

            Si mal no recuerdo, fue al mediodía cuando explotó la caldera de vapor de la fábrica. Estaba en el pequeño patio esperando la hora de la comida, cuando de pronto se oyó una gran explosión que hizo vibrar la tierra y las paredes de la casa. Miramos asombrados y aturdidos, y vimos una gruesa columna de humo que se levantaba vivaz hacia los cielos y que cada vez se hacía más grande. Nunca hasta entonces había visto nada igual. Quise salir, pero mi madre asustada me retuvo con lógica dentro de la casa, temiendo las posibles consecuencias secundarias de una explosión de tal magnitud. La suerte fue que era la hora de la comida y todas los trabajadores, mujeres en su mayoría, estaban fuera de la fábrica, porque si no la desgracia hubiera sido de unas dimensiones considerables. Hubo tres muertos que fueron velados todos juntos en la iglesia. El día del entierro fue la manifestación de dolor más grande que recuerdo. Todo el pueblo cubría la calle San Luis, mientras veía pasar féretro tras féretro camino del cementerio, acompañados por todos los curas de la ciudad como si de ricos se tratara y manifestaba su dolor por el accidente laboral más grande de los ocurridos hasta la fecha.

            Esta desgracia sucedió el lunes santo del año 1947 y aunque yo tenía cinco años, el accidente lo recuerdo como si hubiese sucedido hoy. Después se volvería a abrir durante unos pocos años, pero enseguida tuvieron que cerrarla definitivamente debido a su anticuada estructura y a que la moda de usar sombrero había pasado. Pusieron una fábrica de tejidos, clausurada por los años sesenta y más tarde un negocio de muebles y una fábrica de confecciones, según creo.





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