Por Domingo Arjona Casado
I
En la ya casi olvidada
del parral la Rinconada
reina un jolgorio sin par:
por eso Elvira y Pilar
aderezan su morada.
Todo en la broma se inspira,
que quien ha de presidir
ignoraba cual se suspira,
pues que Pilar como Elvira,
tan sólo saben reír.
II
Pero cesó la función,
y al final la despedida,
queda, extraña la razón
muda como un panteón
la calleja sin salida.
De entonces prende el pesar
en las hermanas la ira,
y Elvira como Pilar,
tanto Pilar como Elvira,
tan sólo saben llorar.
III
Una mañana el destino
pierde por último el tino,
y hacen de gentes curiosas
coronarse las fragosas
cumbres del monte vecino?
-¡Qué pasa!- clama a los cielos-
-¡Dos cadáveres! - ¡Ve y velos!
¡Elvira y Pilar, de suerte,
que entre la vida y la muerte
nadan en sangre de celos!...
Si el cielo, niña, clemente
hace que hasta aquí vinieres
lleva tu vista a Occidente
aquella luz refulgente
es la cruz de las mujeres.