Por Domingo Arjona Casado
Ella les sintió venir,
fusión de fenicio celta,
hambrientos de los tesoros
que albergaba nuestra tierra.
Les recibió cariñosa
ocultándoles quien era,
pues aún sólo existía
dentro de la mente excelsa.
Y dando a los unos campo,
y dando a los otros tiendas,
al repartir su reinado ella
se erigió en cabeza.
"Éste es mi patrimonio,
dice a las gentes aquellas,
al que de Piélago éste
le doy nombre que convenga".
"Abundad en la justicia,
seguid del honor las huellas,
porque al ser todo esto mío
me toca a mí la defensa".
Mas los celtas y fenicios
a los estragos se entregan,
y la Bella los castiga
con hordas cartaginesas.
Y a Cartago sigue Roma,
y a Romas, los usipetas,
los cattos, los marcomanos,
los vándalos y los getas.
De entonces los visigodos
nos cobijan con su enseña,
revelándose la Hermosa
alguna vez a esta secta.
Por eso a Fernando el santo
su reconquista encomienda,
y después a Figueroa
y más tarde al de Antequera.
Al fin de nuevo cristiano,
Priego, reinando Isabela,
la Hermosa se da a sus hijos,
y a ser buenos los enseña.
Luego, a través de los siglos
ellos al ver su insistencia
en el más cercano monte
le levantan una iglesia.
Subid allí, a sus plantas
todo el pueblo se prosterna...
aquí Anfitrite y Neptuno,
allí techumbres de tejas.
Las torres de los visires,
su castillo en decadencia,
sus extensos olivares,
sus viñedos y sus vegas.
Y los altos campanarios,
con sus volubles veletas,
y en suma: un bello horizonte
entre su anillo de piedra.
Todo está allí, y porque todo
esté bajo la influencia
de la purísima Virgen,
por eso hasta allí la elevan.
Con lo cual ya se comprende,
por qué hace tiempo se muestra
a la cabeza del pueblo
la Virgen de la Cabeza.