Por Heliodoro Ceballos Velasco
Entre verde olivares
y un monte cercano a Priego,
con su trágica leyenda
se yergue una cruz de yeso.
Manos piadosas encienden,
diariamente el recuerdo
de dos jóvenes corazones
que de amores se prendieron
en las redes del hechizo
de un mocito pinturero.
¡Es la Cruz de las Mujeres!
Historia de Amor y celos.
Sendas navajas, que, ansiosas
en carne moza se hundieron.
Era Rosa una morena
rival de sol y del fuego,
y era Consuelo una rubia
con ojos color de cielo,
tan blanca como un suspiro,
tan limpia como un lucero.
¡Y la rubia y la morena
eran orgullo de Priego!
Como tiernas mariposas,
sus corazones ingenuos,
por un apuesto galán
al unísono latieron
y en la pira del Amor
sus almas se derritieron.
Era el galán un buen mozo,
alegre y dicharachero.
Veinte abriles en la cédula
y anillos mil en el pelo.
Simpaticón y gallardo
y, cual don Juan, mujeriego.
Entre verdes olivares
y un monte cercano a Priego,
retozón y cantarino
corría alegre un arroyuelo
que a las mujeres servía
de círculo y lavadero.
Quiso el Destino, señor
de lo malo y de lo bueno,
que en aquella tarde azul
del azulado febrero,
dejasen solas lavando
a la Rosa y la Consuelo.
Mientras lavaban, calladas,
¿qué fatales pensamientos
cruzaban, huracanados,
por aquellos dos cerebros?
¡Pobres niñas, caminantes,
por Amor, hacia el infierno!
Indiferente, la tarde
lanzaba su adiós postrero
y la noche, cautamente,
iba extendiendo sus velos.
En silencio, las muchachas
sus lindos cuerpos irguieron
y en sus ojos ¡tan hermosos!
brotaron odios y anhelos.
En sus diestras, bravamente,
las navajas relucieron?
y las linfas cristalinas
del cantarino arroyuelo,
en sus encajes de plata
llevaron, como un trofeo,
la sangre tibia y ardiente
de dos que morían de celos.
Caminante, enamorado
de lo trágico y lo bello:
si paseas la carretera
que de Cabra llega a Priego,
no soslaye tu mirada
esa humilde cruz de yeso.
¡Qué es la Cruz de las Mujeres!
Historia de amor y celos.
Dos navajas que brillaron
y en carne moza se hundieron.