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TEMAS VARIADOS - Creación literaria y opinión

CAMACHO MELENDO: UN RECUERDO INOLVIDABLE. (Educación)

Sentimentalidad y añoranza hacia un centro docente creado en 1969.

© Enrique Alcalá Ortiz



  

L

a inauguración del colegio "Camacho Melendo" en el año 1969 tuvo cierta impor­tancia en la vida de nuestro pueblo y mu­cha en la mía particular puesto que ese año obtuve destino definitivo en Priego.

                Desde la apertura del Grupo del Palen­que, allá por los años republicanos, ningún colegio de cierta entidad se había levantado en Priego. Es verdad que fueron creados algunos como el colegio San José de los Maristas, Virgen de la Cabeza o Cristóbal Luque, pero todos ellos se debieron a la iniciativa de entidades religiosas o mecenas privados. Las entidades públicas, con insuficiente presupuesto para engrandecer un país lleno de necesidades, renqueaban a la hora de echar una mano al raquítico tablado de la enseñanza pública. En Priego, como en muchos pueblos de Andalucía, se catalogaban unas gravísimas carencias de dotación de puestos escolares y los que había se presentaban desprovistos de cualquier equipamiento moderno. Las escuelas públicas de la ciudad, excepto el Palenque citado y el grupo de tres escuelitas del barrio Jesús Nazareno, estaban ubicadas en casas particulares que el Ayuntamiento tenía alquiladas. Este panorama se presentaba mucho más sombrío en las aldeas. Mi primer destino en Zamoranos, poseía la clase en forma de "L", de tal forma que a muchos de mis alumnos para verle la cara tenía que llamarlos a mi presencia. En el apartado de invisibles solía poner a los mayores para que fueran trabajando a su aire. El mobiliario obsoleto y anticuado presentaba huellas centena­rias en las bancas bipersonales que solían parecer un cuadro abstracto, pintado con el azul desvaído de los numerosos tinteros derramados por las innumerables generaciones de chavales que se habían iniciado en la escritura a tinta con aquellas plumas metálicas que se compraban por unas perras gordas.

Por esto, Camacho Melendo fue un paso adelante. Una subida de escalón, de una escalera con muchos peldaños. Aquellas dos naves de ladrillo visto, de dos pisos, con sus clases rectangulares, moderadamente espaciosas, con amplios ventanales por donde entraba generosamente la luz, eran asombrosamente atractivas comparadas al deprimente cuadro anteriormente esbozado. La ley Villar Palasí que se nos echaba encima, en aquellas clases con mobiliario nuevo se presentaba incluso fascinante.

Pero era sólo un paso, para una meta todavía lejana. Cuando iniciamos aquel curso de los años finiseculares de los sesenta, tuvimos que entrar casi de puntillas, esquivando escombros y ciertas basuras no declarables en este contexto, ya que los patios no estaban urbanizados. Al caer cuatro gotas, las pisadas infantiles cubrían de pegotes irregulares de barro pasillos y clases, convirtien­do el suelo en un huerto abonado para poder sembrar una cosecha de habas. Si el sol pegaba fuerte, entraba sin inconvenientes por las ventanas, puesto que al principio no teníamos persianas. Por estar tan cerca de la carretera, existía un peligro latente en las entradas y salidas, y un ruido presente con la circulación de vehículos, sobre todo por los lentos y pesados camiones de entonces subiendo la cuesta. A esto se añadía la falta de sala de profesores, clases complementarias, calefacción, instalaciones deportivas y demás servicios auxiliares. 

Un grupo compacto 

Excepto Manuel Mendoza Carreño, director, que sin ser mayor, era un maestro maduro, en escasos años, la plantilla del colegio se fue cubriendo de maestros (y maestras) propietarios definitivos, bastante jóvenes, procedentes muchos de ellos de las famosas oposiciones de 1963. Famosas porque, como consecuencia de los planes de estabilización y desarrollo aquel año se convocaron más plazas que maestros opositores se presentaron. Con ganas de trabajar, a pesar de las deficiencias señaladas, poco a poco el colegio se fue cubriendo de una bien merecida fama ganada con el esfuerzo diario, clase a clase y día a día, dentro de la escuela y fuera de ella en actividades extraescolares realizadas gratis. La enseñan­za pública empezó desde entonces en Priego a competir con la privada religiosa, casi llegamos a hablarle de tú a tú. Desde luego, la veleta de los cambios empezaba a dar señales de vida e incluso estábamos satisfechos de ser maestros nacionales, a pesar del exiguo sueldo que por entonces nos daban. Toda una paradoja.

A medios de la década de los 70, la Administración compró el antiguo colegio de los salesianos y trasladó allí el Instituto "Álvarez Cubero", creando en el edificio de éste el colegio "Carmen Pantión". A los maestros de la localidad se nos ofreció el cambio, mantenien­do nuestra antigüedad y sin perder puntos en el traslado. El edificio e instalaciones del ex instituto fue una llamada demasiado fuerte de atractiva sirena marítima para una parte del compacto grupo de maestros de la primera generación de Camacho Melendo. A pesar de todo, creo que unos siete, precisamente en 1977, con sentimien­to y tristeza, y con el corazón si no desgarrado, sí acongojado, pedimos el traslado y dejamos de ser "camachistas de derecho".

Lo que no es óbice para que sigamos siendo "camachistas de afecto", ya que Camacho Melendo será un recuerdo inolvidable.

 





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