© Enrique Alcalá Ortiz
sus sesenta años José González Pareja, Plantica, está jubilado. Apenas anda, aunque todavía se maneja y se mueve, pero con dificultad. Sus desplazamientos los realiza en una pequeña moto con la que acude cada noche al bar el Águila a pasar un rato de tertulia con los amigos. Una artrosis progresiva está doblándole las rodillas que le causa frecuentes dolores.
A pesar de esto, su fuerte estructura ósea y su piel clara le dan un aspecto jovial y si no fuera por el bastón con el que se acompaña, su apariencia denotaría unos lustros menos. El apodo lo heredó de su abuelo. "Mi abuelo que tenía una pequeña huerta y solía decir, a menudo, voy a poner unas planticas. Tras decirlo varias veces fue suficiente para que la gente lo nombrara como el de las plantitas. Y Plantica fue mi abuelo, Plantica fue mi padre, Plantica soy yo y Plantica son mis hijos".
Carretero con su carro
Desde pequeño ha trabajado fuerte. Como se trabajaba, cuando sólo se tienen las manos y las ganas, en un tiempo en el que se solía sudar de sol a sol y el suelo apenas daba para ir malviviendo. Primero en los albañiles y después con una recua de borricos yendo al río a sacar arena para las obras. "Mi padre también fue carrero. El tenía un carro con tres bestias grandes. Él lo vendió y yo eché un carro más chico". El primer porte que cobró fue de un poco más de un duro y por los últimos cobraba de seiscientas a ochocientas pesetas, "pues si lo cargabas todo vale más. Y si te ayudaban a cargarlo vale menos". Después de la carga, se encamina hacia los arrabales del pueblo para soltar el escombro. Y en el camino, a veces de varios kilómetros, muchas irritaciones con los mulos que se vuelven toscos y retorcidos y son faltos en obedecer. Y cuando la cosa está tranquila, mucho tiempo para pensar y para cantar. Es famoso en el pueblo por su carácter jovial y desenvuelto que se hacía querer. "Sí, he echado muchos piropos a las mozuelas, pero siempre con respeto y sin ofender".
A José nunca le robaron el carro. El percance más desgraciado le sucedió un domingo de la Columna cuando se metió con el carro en un barranco y se le vino el carro encima y un bidón de 200 litros le cogió debajo, "estuve a punto de morir y un brazo me lo fastidié, bien fastidiado".
Sus primeros carros con grandísimas ruedas de radios de madera y llantas de hierro fueron haciéndose cada vez más reducidos y las ruedas se tornaron en cubiertas de goma para no dañar el piso de las calles. Sus principales clientes vivían en las estrechas callejas donde no era posible el acceso de los pequeños camiones. "El carro ya lo he quitado, ninguno de mis hijos ha querido continuar con el negocio".
El día que se quitó la mascarilla
La saeta es más fuerte que él. No se puede aguantar. Hablando de la saeta, un hormigueo le recorre el cuerpo. Rompe la conversación y se pone a cantar. El éxtasis le sale por la boca. Ahora no hay imágenes, pero él las vive en su imaginación:
Con sudor, frío y descalzo
va caminando Jesús;
las fuerzas le van faltando,
ya no puede con la cruz.
Cirineo le va ayudando.
Después de cantarla, como no hay público él mismo grita: "¡Viva Nuestro Padre Jesús Nazareno! ¡Viva!". Y muestra una sonrisa de satisfacción. Como final añade "Es mayor a mis fuerzas". La frase está de más, porque se le nota que no está interpretando, sino viviendo y disfrutando una emoción que manifiesta sanamente.
La afición le viene de muchos años atrás. Una Semana Santa estaba con su amigo Manolillo Ávila y le dijo: "Voy a parar a la Virgen de los Dolores". Al final la paré y me dijo: "Ya que la has parado, le cantas". "Pero, hombre, Manolillo que yo no sé cantar". "Que sí, que ya que la has parado no se va a ir sin que le cantes". "Y salí cantando".
Desde aquel día José ha cantado en todas las Semanas Santas, "me quité la mascarilla y perdí la vergüenza de cantar en público". Sus saetas son ya una institución en esta solemnidad.
Un milagro que haría Jesús
Este año pasado se encontraba bien de la garganta y le ha cantado a todos los pasos. Pero cada vez tiene menos voz. Recuerda especialmente lo que le sucedió hace dos años. "Tenía una gran faringitis y pasaban todos los santos y no podía cantarles. Y no sé lo que me pasó que cuando bajé del Calvario le dije a mi mujer:
-¿Te vienes, que va a cantar en la calle Tucumán, Matas el jardinero?
-Yo, no ?me dijo mi mujer.
-Pues yo voy a ir a oírlo cantar.
Y al llegar al final de la calle Herrera me encontré con Jesús Nazareno que bajaba del Calvario y ya me entró a mi una cosa en el cuerpo que me dije, le voy a cantar, aunque sea una copla. Me llegué a la casa de Porras y le pregunté:
- ¿Puedo subir al balcón?
-Sí, hombre, sube, Plantica.
Me subí y subió mi chiquillo conmigo. Iba ahogándome, porque iba corriendo y ya estaba Jesús encima. Y cuando me puse a cantarle a Jesús una saeta me salió enterica, enterica. Entera, cucha, que no me ahogaba siquiera. Sudé fuerte, y me dije para mí: esto es más raro. Y me puse a cantar otra. Las dos me salieron muy bien y fueron muy aplaudidas. Un milagro que haría Jesús Nazareno, porque otra cosa no podía ser. Que no podía hablar que se me cortaba el habla. Estaba hablando y se me cortaba el habla. Y aquellas dos saetas me salieron enteras".
Generalmente canta tranquilo pero esta vez se emocionó tanto que salió llorando. "Llorando como si se me hubiera muerto mi madre".
"Tengo que cantar a la fuerza"
Hace unos años la Peña Flamenca "Fuente del Rey" organizó un concurso de saetas y quedó en tercer lugar. Le dieron un premio en metálico y tuvo que cantar en el sitio que le indicaron. Esta es la única vez que ha cobrado. "Yo canto porque me gusta y por devoción. En cuanto baja Jesús Nazareno y lo veo, es que se me salen las lágrimas y tengo que cantar a la fuerza".
Me habla de Francisco Matas, Pedro Carrillo, Francisco Ariza y Castro como cantaores de saetas. Aunque me cuenta que cada vez son menos los que cantan y que hay muy pocos jóvenes que se atrevan a cantar saetas. Recuerda, también, como antes el público decía vivas al terminar de cantar, pero que ahora hacen palmas. Una moda importada de Sevilla que entonces no se usaba aquí.
El dolor de su enfermedad le ha hecho poeta. Ha creado una sola poesía en su vida. Una poesía que es una oración que va dirigida al que tantas veces se ha parado para escucharle. Su súplica no podía ser más que una saeta. Y se pone a cantar emocionado:
A Jesús Nazareno
dos cosas le voy a pedir:
que me quite los dolores
para poder yo vivir.
"Mientras pueda, todos los años cantaré saetas. Si me pongo que no puedo andar, que me suban a un balcón, aunque sea en brazos. Así cantaré hasta que me muera, si la faringitis no se me pone peor. El día que no pueda tiene que ser una pena para mí".
Y para nosotros también será una pena Plantica, que todos los años te escuchamos a gusto.