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LAS ESCUELAS. (II)
Se da un repaso a las escuelas y al estado en general de la enseñanza, la medicina pública y la escasez y miseria en la que vivía la mayor parte de la población.
© Enrique Alcalá Ortiz
mediados de siglo las escuelas dedicadas a la enseñanza primaria eran escasísimas y excepto el grupo del Palenque, construido en la Segunda República todas estaban instaladas en inadecuadas casas alquiladas por el Ayuntamiento. Allí se hacinaban, delante de un maestro/a mal pagado varias decenas de niños de todas las edades y conocimientos en lo que se llamaba escuela unitaria de niños o de niñas porque la enseñanza mixta estaba prohibida. Los niños con los niños y las niñas con las niñas para evitar pequeños pecados de juventud. Unos cuarenta, cincuenta o más. El enseñante se multiplicaba en una aula sin medios para enseñar lo que entonces eran los objetivos principales: leer, escribir y las cuatro reglas. La estructura no daba para más. Se aprendía a leer en las famosas cartillas Rayas y escribir en pizarras con un pizarrín blando al principio y duro después. Allí te ponían las muestras de escritura y las cuentas, y ya hechas con un pequeño trapo y la saliva se dejaba todo limpio para volver a empezar. Cuando ya estabas iniciado te pasaban al cuaderno de dos rayas y luego al de una raya. Al principio con lápiz y los mayores con tinta fabricada en la misma escuela con unos polvos especiales y colocada en unos tinteros móviles de plomo o de plástico que se colocaban en un agujero de la mesa. Frecuentemente a consecuencia de las travesuras normales se desparramaba la tinta por lo que no había mesa escolar que no presentara numerosas y enigmáticas manchas. Me acordaré el día que aparecieron los bolígrafos. Para mí uno de los inventos más prácticos del siglo XX. Igual que en las escuelas, las casas particulares tenían un equipo de tinteros y plumas metálicas usados en su correspondencia particular. Un adelanto moderno fueron las estilográficas que se hicieron muy famosas, pero pasarían rápidamente al olvido al imponerse con rapidez el práctico bolígrafo. El pequeño manuscrito era el paso previo a la enciclopedia de primer grado Dalmau (las famosas de Álvarez se popularizarían más tarde) y últimamente el segundo si aguantabas mucho en la escuela porque lo normal era que los padres sacaran a sus hijos antes de los catorce años para ponerlos a que aprendieran un oficio y ganaran algunas perras porque las necesidades eran muchas y las entradas pocas. Como no había puestos escolares oficiales para toda la población infantil, existía mucho intrusismo. Hombres y mujeres con algunos conocimientos habilitaban en sus casas una habitación y allí enseñaban por unas pocas monedas. También era frecuente que se desplazaran al domicilio particular de sus alumnos. Esto era más frecuente en los diseminados. Algunos cortijos eran atendidos por esta clase de enseñantes que la más de las veces lo hacían por un plato de comida. Esto se ampliaba con las migas donde los párvulos acudían con su propia silla para pasar el tiempo correteando por el patio, cantando o rezando. Con este panorama el índice de analfabetos era muy elevado acrecentado cuando se trataba de mujeres. Al no haber centros de segunda enseñanza, muy pocos eran los que accedían a hacer estudios de bachiller. Los que tenían algún dinero estudiaban por libre en la Academia del Espíritu Santo regentada por el maestro Julián Martín quien los examinaba en Cabra. Los que tenían dinero se iban internos a Cabra o al Palo de Málaga. Estudiar una carrera universitaria eran palabras mayores, sólo para familias pudientes. De esta forma siempre la educación estuvo ligada al dinero. Estudiaban los ricos, los pobres disfrutaban su incultura. Este panorama fue cambiando paulatinamente. Se fueron abriendo colegios públicos y privados, hasta conseguir en la década de los setenta ofrecer un puesto escolar para toda la población infantil existente. No se me olvidará el curso que hubo una mesa para cualquier niño de Priego que la solicitara. La enseñanza secundaria también se mejoró notablemente. En los primeros años de la década de los cincuenta se abrió el Instituto Laboral Fernando III el Santo y en la década siguiente el Álvarez Cubero. Hasta una escuela de Magisterio hubo unos años atendida por los salesianos, pero pronto desapareció. La ley de Villar Palasí y después la Logse y Lode, dieron a las escuelas, colegios e institutos unas instalaciones y metodología modernas a años luz de lo que habían sido años atrás. A los colegios se añaden tres centros de enseñanza media y un conservatorio elemental. El problema ahora es enseñar al que no quiere. Esta es una cuestión de filosofía demasiado importante para tratarla en este Diario con la seriedad requerida.
Medicina y agasajos
Al no estar popularizados los antibióticos, las infecciones causaban estragos en la población sobre todo en las parturientas y en la infancia cuyos índices de mortalidad eran muy elevados. La medicina oficial con escasos medios no daba respuesta adecuada a los males de la época por lo que el pueblo acudía al curanderismo y actos de magia todavía heredados de muchos siglos atrás. Nombres como Chichaque, Santo Manuel o Curro, curador de huesos son algunos de estos representantes. Curro, como ya conté en mis relatos sobre la Huerta Palacio tenía una habilidad especial como traumatólogo. La mayoría de los quebrados del pueblo acudían a que le compusieran los huesos. Algunos de estos magos curadores que vivían en cortijos o pueblos de la comarca recibían un contingente considerable en pacientes en busca de remedios. Muchos de ellos se curaban, por lo que hay que creer en la fuerza sicológica que ejercían sobre el enfermo. Hoy con el Centro de Salud y los hospitales de Cabra o Córdoba, suelen ser más efectivos, si bien la medicina paralela, si no con intensidad de antes todavía se sigue practicando. Ya se sabe que cuando está uno enfermo se agarra a lo que sea para curarse.
A la escasez de ropas y de mobiliario se unía el gran índice de hijos por familia (no lo sé exactamente.) Eran frecuentes las familias numerosas, estábamos entonces muy alejados del índice bajísimo de natalidad actual. Hoy los padres no se llenan con tantos hijos. De las celebraciones me acuerdo de una forma especial de las bodas. Como no habían aparecido las casas especializadas en banquetes, el convite te lo daban en una de las casas de los contrayentes. Allí acudían los invitados y sentados en sillas en habitaciones y pasillos esperaban que los familiares te fueran pasando las bebidas, (todos bebían en el mismo vaso), las tapas de entremeses y los dulces. Acabándose siempre con el roscón de la novia. Con frecuencia muchos de los invitados no se comían todo lo que repartían y guardan alguna tapa o dulce (siempre caseros) para llevárselo a los que no habían tenido la suerte de asistir a aquella comida extraordinaria. Con el tiempo, apareció El Rinconcillo, donde ya sentado delante de una mesa, te comías el plato de entremeses, que poco a poco, con el bienestar económico fue evolucionando a una comida. Hoy día todos los contrayentes hacen cumplidos banquetes de tres platos en adelante, imposibles de comer y por si fuera poco muchos, al término, dejan la barra libre, donde se puede beber lo que uno quiera hasta caerse al suelo.
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