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ALGUNOS RECUERDOS HISTÓRICOS DEL SIGLO XX. (I)
Retrato de una vivienda popular, y del modo de vida de sus habitantes en la primera mitad del siglo XX.
© Enrique Alcalá Ortiz
e nos fue el siglo XX de la Era Cristiana. Como nacimos en el 42 hemos vivido 58 años de este grupo de cien años que acaban de convertirse en recuerdo. Desde la perspectiva y las vivencias de cada cual presentará unos perfiles a unos y diferentes a otros. Verdad de Perogrullo. Por esta razón, al inicio de este Diario 2001 quiero hacer un pequeño resumen de las transformaciones más importantes que ha sufrido el mundo que me rodea, es decir, yo mismo, mi familia y mi pueblo. Y esto sin grandes ni eruditas pretensiones, solamente los recuerdos más inmediatos, aquellos que por una razón u otra me hayan impactado más. Un trabajo interesante sería estudiar con detenimiento la historia de Priego en el siglo XX. Con seguridad alguien lo hará porque hay materia suficiente, además de ser interesante el tema. No es ahora el momento de este sugestivo proyecto. Nos toca aquí la anécdota vivida. El día a día en la casa, en la calle. Los pequeños y grandes momentos de la vida cotidiana.
Las casas populares
En los barrios populares se vivía con muchas necesidades en casas generalmente pequeñas y con dos plantas, aunque era frecuente que tuvieran patio con su fuente de agua manando constantemente. Por los años sesenta pondrían contadores y desde entonces dejaron de oírse las fuentes. No existían las cocinas tan lujosas de ahora con tanto electrodoméstico. Se cocinaba en cualquier sitio de la casa con unos anafes móviles construidos en cubetas a las que se habían rellenado de yeso y puesto unos hierros para que reposara el puchero, si bien en otras la instalación era fija. La materia prima era el carbón vegetal. Había muchos carboneros que iban con mulos o carros pregonando su negra mercancía. Salían a su paso las amas de casa con sus cenachos y compraban para el gasto. Una revolución representó, en los últimos años de los cincuenta, la llegada del petróleo para usos domésticos. Al principio había muy pocos concesionarios por lo que delante del proveedor se veían interminables colas de mujeres con sus garrafas para hacerse con aquél adelanto tan útil, puesto que les ahorraría el tedioso trabajo de encender varias veces al día el carbón haciendo aire con el soplillo, dale que dale. Si bien provocaron muchos accidentes graves, algunos mortales. De una manera fulminante se introdujeron las cocinas de butano y las bombonas. En ello estamos. Está anunciado que dentro de poco llegará hasta Priego el gas ciudad. Aunque por lo lejos que estamos de Córdoba, seguramente seremos los últimos de la provincia en tener que reponer la bombona cada vez que se acaba.
Modo de vida
El único adelanto técnico implantado en todas las casas era la luz eléctrica. En algunas sólo se contrataba un punto de luz (no había contadores) por lo que tenían un cordón largo para desplazarla por toda la casa. A veces, se ayudaban con candiles de aceite del inservible, ya usado para cocinar porque su precio estaba por las nubes. Algunos domicilios, muy pocos, poseían una radio de lámparas, (la de transistores no había aparecido), siendo frecuente que muchas noches se reunieran alrededor del aparato numerosos vecinos para extasiarse con aquel artilugio vocinglero. Una de las emisiones más famosas fue ?Radio Andorra? y la que se escuchaba en silencio lejos del mundanal ruido era Radio Pirenaica, dedicada exclusivamente a criticar al régimen de Franco. A finales de los cincuenta se popularizarían e hizo estragos, alcanzando mucha audiencia en la zona, la emisora instalada en el Instituto Laboral. Ya en los sesenta, llegaría el televisor en blanco en negro. Aquello representaba palabras mayores, a pesar de que su recepción tenía muy mala calidad. Aproximadamente a partir del 1975 se popularizó el televisor en color y llegaron las primeras cámaras de vídeo. Antes lo hizo el frigorífico, las maquinillas eléctricas para afeitarse y las lavadoras. Como el butano, éstas representaron una nueva liberación para el ama de casa. Las primeras eran muy rudimentarias, pero desaparecieron rápidamente para dar paso a las automáticas. Desde entonces ya no había que estar restregando el trapo en la piedra de lavar del patio instalada en todas las casas con agua. Las piedras con canaladuras paralelas se fueron quedando para el museo de etnografía, y fueron desapareciendo paulatinamente de las casas y de los lavaderos públicos. En ellas se quedaron muchas horas de duro trabajo de aquellas mujeres de hierro que trabajaban duramente desde que se levantaban hasta que se echaban en la cama. En camas con los colchones (si podían llamarse así) rellenos de hojas de maíz, a las que de tiempo en tiempo había que sacar y regar en el patio. Los colchones de lana eran la otra alternativa más lejana. El colchón de fábrica se iría imponiendo en la década de los setenta.
A mediados de siglo, aunque en la mayoría de las casas estaba instalada el agua corriente (no la tendrían los barrios situados encima de la Fuente de Rey) el cuarto de baño era una cosa extraterrestre y los complementos ducha y bañera todavía más lejos de esos límites, así como los termos para proporcionar agua caliente tanto a baño como a la cocina. Recuerdo que las primeras que vi la instalaron en el barrio, ya desaparecido, llamado de Las casas baratas. En una de estas casas compradas por una tía mía fuimos los primos a darnos las primeras duchas de nuestra vida. Con esta clase de aseo, se comprende la frecuencia de las epidemias de piojos y otros bichitos de su especie.
De la misma forma de los baños públicos ni las piscinas teníamos idea de lo que era disfrutarlas. A mitad de siglo, un avispado hombre, apodado Manancas colocó unos pocos sacos con arena a modo de presa en un recodo de río Salado cerca del nacimiento de agua de la Fuente Bermeja y en aquella rústica chilanca, por unas pocas perras gordas nos bañábamos los chiquillos en unas aguas que con el trajín se ponían del color crema. La réplica, fue la piscina pública de Topamí. Al principio sólo de hombres, luego, las mañanas serían de hombres y las tardes para las mujeres, para finalmente convertirse en mixtas. El escándalo de cuerpos semidesnudos dorándose al sol y chapoteando sanamente en las aguas se fue suavizando. Actualmente, aparte de la municipal y varios clubes, existen centenares de piscinas privadas para uso y disfrute de los prieguenses que han levantado en estas últimas décadas millares de casas por todo el término municipal en una locura constructiva, sin reglas ni concierto, imposible de detener por las autoridades municipales.
Al no haber frigoríficos, unos pocos alimentos se conservaban en las alacenas, los que tuvieran matanza en manteca en orzas de barro a igual que el vinagre, vino y aceitunas. En el verano sandías y melones se aliviaban del calor dejándolos flotar en las fuentes de patio. De esta forma, las amas de casa tenían que ir frecuentemente a la plaza de abastos, ya que no habían aparecido los numerosos supermercados hoy desparramados por la ciudad. Los patios de las casas servían al mismo tiempo de pequeñas granjas de explotación agrícola. Se echaban para el consumo familiar (para el gasto se solía decir), gallinas, pavos, conejos y cabras. Ayudaban en las faenas agrícolas mulos y burros. Además de cerdos, criados con los desperdicios. Todos estos animales generaban el correspondiente estiércol que amontonado en la casa, era foco de enfermedades y vivero de toda clase de insectos malsanos. Aunque pocos, también llegué a ver algunos pozos negros que incrementaban la insalubridad de los domicilios más modestos. La mayoría de los obreros del pueblo trabajaban en la agricultura, aunque aquí en Priego varios miles (mujeres y hombres) lo hacían en la industria textil, fabricando patenes y lonas, hasta que en la década de los sesenta se inició la crisis que acabó con nuestra gran industria textil, milagrosamente reconvertida unos años más tarde en industria de la confección. Hoy son miles los pantalones y camisas que salen de nuestras fábricas. Quien lo iba a decir cuando a mitad de siglo se andaba con la ropa remendada, pantalones a piezas, escasos trajes confeccionados a mano en el propio domicilio o en talleres artesanos de sastres o costureras. Todo complementado con zapatillas de lona con suelas de esparto. Como había poco dinero para diversiones, la juventud hacía por las plazas y calles los llamados rincoros que fueron desapareciendo por la década de los sesenta con la llegada de la televisión y los tocadiscos. Se compraban unos refrescos y alguna que otra bebida alcohólica y las tardes del domingo las pasábamos bailoteando en cualquier casa o en la terraza de un bloque de pisos (también aparecidos por esta época) hasta altas hora de la noche. Con ello, nos íbamos quitando la gran opresión (represión-mordaza) que ejercía aún el estamento eclesiástico que constantemente nos tenía reprimidos y con el alma en vilo por el asunto ese de la salvación de nuestras almas. Supieron crearnos mentes pacatas que todavía luchan por alcanzar su liberación de tales ataduras morales.
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