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19. MOLINOS ACEITEROS
Las duras faenas de los molineros en unos molinos que casi todo se hacía a mano.
© Enrique Alcalá Ortiz
El molino aceitero de la familia Castilla lindaba con el horno de pan cocer. Todavía tiene sobre sus altas puertas la fecha de su construcción en azulejos estilo sevillano: 1894. La puerta de entrada daba acceso a un amplio patio donde se amontonaba la aceituna y servía para la carga y descarga. Mulos, carros y camiones acudían en la campaña de aceituna para proveer de materia morada y negruzca las pesadas ruedas de molino que solían ser conos enormes de granito. Mientras esperaban su turno, se veían faraónicos montones chorreando aceite y zumo que discurría perezoso por el empedrado del patio.
Los molineros eran pura mancha de aceite. Llevaban unas pringosas botas hartas de pisar aceitunas y mugre aceitosa, o bien albarcas de goma o de pellejo y las pantorrillas, a modo de calcetines, las envolvían con unos peales que eran unos trapos de lienzo que se ataban con cuerdas de esparto. Su aspecto, como producto del olivar, era inconfundible. El olor punzante de sus ropas descubría el óleo de sus faenas. Solían trabajar de una manera continuada, en turnos de día y noche, y para no enfriar las máquinas y calderas, se llevaban la comida correspondiente a su turno.
Llegada la mercancía, se ponían sobre sus espaldas un saco a modo de capucha franciscana y cargaban en ellas los de aceitunas que vaciaban en el gigantesco montón. Se decía, por esta razón, que este oficio temporero era mucho más pesado que el campo y los albañiles, aunque estaba mejor remunerado y era una suerte el parado que lograba emplearse en uno de ellos en los pocos meses que duraba la campaña. Lo más tirado a efectos de ganancia económica era trabajar en el campo a sueldo.
En el interior del molino, el trajín era incesante. Había que proveer a los cuatro rulos para aprovechar bien su movimiento. Y después, con calderos de latón, coger la masa para llevarla a la prensa. Se solía introducir unas esteras de esparto en un gran eje perpendicular para cubrirla con la masa de las aceitunas para a continuación poner otra estera y continuar el proceso. Terminado éste, se empleaba la prensa hidráulica, según el principio de Pascal, que usaba de toda su fuerza y empezaba a estrujar haciendo desbordar por sus costados el zumo aceitoso. Esta masa viscosa pasaba a unas alberquillas. En las primeras, había un subiente por donde se iba parte del alpechín, mientras que el aceite pasaba a otras para ir aclarándolo de igual forma. El alpechín iba a las alpechineras y el aceite a unos trujales, depósitos excavados en el suelo revestidos de losillas. Más tarde, se usarían unas batidoras para calentar la aceituna recién molturada para que así fuera más fácil y provechosa la extracción del aceite.
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