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20. DE LO ANTIGUO A LO MODERNO
Diversos procedemientos para la extracción del aceite.
© Enrique Alcalá Ortiz
En estos años, la fabricación del aceite, según este procedimiento, era todo un adelanto. Porque unas décadas antes, a pesar de estar ya la luz eléctrica funcionando, había muchos molinos a donde no llegaba o no habían hecho las adaptaciones necesarias, y éstos seguían trabajando con los mismos métodos arcaicos de la antigüedad. Así que no es raro, que una persona ya entrada en años haya sido trabajador o al menos espectador de la extracción del aceite por estos procedimientos.
A la entrada del molino se amontonaba la aceituna en compartimentos separados para cada cosechero y allí se dejaba bastantes días hasta que estuviera cocida. Porque se necesitaba entonces que estuviera casi podrida para que el proceso de molienda fuera más fácil. Muchos cosecheros se llegaban al molino y preguntaban: "¿Cuándo vas a empezar con la mía?" A lo que el molinero contestaba con la misma coletilla: "Cuando esté caliente". Llegado a este punto, se procedía a la molienda. Un artilugio llamado malacate se enganchaba a una caballería, burro, mulo o caballo, para que diera interminables vueltas, a fin de dar movimiento a uno o dos rulos de pesada piedra. Sobre el mismo empiedro, se echaba la aceituna a paladas y con calderos. Una paleta colocada sobre los ejes era la encargada de llevar la masa hacia un alfanje y allí con calderos se echaba a unos capachos de esparto con los que se hacía una especie de torre y a mano se iba apretando de arriba abajo con unas palancas de presión hasta hacerle desprender gran parte del aceite. Cuando llegaban a una cierta presión, sacaban del capacho aquella masa estrujada, la tiraban al suelo y la pasaban por una desmenuzadora que era una especie de moledora con tracción manual. Volvían a poner sobre los capachos tantos calderos de aquella masa como de agua hirviendo, y con ese calor y dando presión de nuevo volvían a estrujarla para que se desprendiera más aceite. Éste pasaba a unos depósitos‑bombas enterrados en el suelo donde el alpechín se iba por un subiente interior mientras que el aceite se castraba para ponerlo en unas tinajas de gran capacidad, numeradas según el cosechero, al que se le solía cobrar la maquila, consistente en una arroba de aceite por cada diez fabricadas. En otras ocasiones, se cobraban sesenta kilos de aceituna por cada arroba de aceite. Las trojes de alpechín también se castraban para recoger la grasa que todavía llevaban.
A este procedimiento manual y primitivo vendría a ayudar la prensa hidráulica. Al animal que daba vueltas en el empiedro se le quitaba la chaveta y el rulo quedaba libre para engancharlo a un artilugio de la prensa y su movimiento era la fuerza motriz.
Uno de los placeres culinarios de los trabajadores era con un cuarto de pan calentado en el fuego, casi tostado, pincharlo en su navaja e introducirlo en la tinaja de aceite recién hecho. Exagerando un poco, casi embebía medio litro del precioso líquido. Como no había por qué ser finos comiendo, era normal que el aceite chorreara por la barbilla y las manos mientras el pan se engullía. Y este pequeño derroche, fue quizás refocilo diminuto de comensales moderados y poco exigentes.
Con los turbios, lo que queda entre el alpechín y el aceite, se seguía trabajando. Éstos se ponían en el borrero, consistente en unos grandes tinajones enterrados en orujo hasta el cuello y con el calor de este revestimiento desprendían más aceite, que se castraba de nuevo, es decir, se sacaba para ser usado. Los restos después los vendían a los turbieros que lo empleaban para la fabricación del jabón. Las lonchas de orujo iban a las fábricas extractoras, se usaba como alimento de cerdos o como combustible en las calderas de vapor.
El aceite extraído por este procedimiento era de un suave color dorado y tenía varios grados de acidez, no así el de hoy que apenas tiene unas décimas y el color verde lo obtiene porque la aceituna es molida casi a diario. En escasas horas pasa de los olivos a los depósitos de aceite, debido a un sistema continuo de invención italiana que se llama Pieralisi que no necesita ni rulos ni prensa. Depositada las aceitunas en las gigantescas tolvas son transportadas por unas espirales continuas hasta unas máquinas trituradoras de martillo donde serán molturadas. La masa, de una forma automática, pasa a unas batidoras donde se calienta suficientemente para que más tarde salga con facilidad el aceite. Otras máquinas, apartan el orujo, el alpechín y el aceite. Más tarde, el orujo se seca y el aceite es limpiado en una centrifugadora antes de su almacenamiento en los trujales. En el museo de etnología, se han quedado rulos, capachos, esteras, animales y prensa hidráulica. Todo el proceso se ha mecanizado. Donde se necesitaban tres personas, basta con una, y no hay siquiera que tocar a la aceituna, si no es para tomar las muestras de análisis de rendimiento, forma usada para pagar al cosechero, según la calidad del producto. Estas máquinas molturan hoy 25, 50 y hasta 100.000 kilos de aceituna diaria, trabajando de una forma continuada y las tienen instaladas todas las grandes almazaras existentes en la localidad.
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