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26. HORNOS DE YESO
Los hornos de yeso reciclaban los llamados "toscos", junto a ellos los tejares.
© Enrique Alcalá Ortiz
En esta parte de la calle Ramón y Cajal había dos hornos de yeso y dos tejares. Entonces, el yeso era el primer pegamento en las construcciones y no el cemento de hoy, que le ha ganado la partida a este yeso extrafino que se ha quedado para revocado de interiores, paredes y techos. El que más conocía era el de Pedro Serrano, que además tenía un tejar. Metían la piedra y la cocían como si fuera pan, en unos hornos de fabricación casera hechos con grandes cantos menos combustibles que las calizas. Cuando la piedra estaba cocida, pasaba a un molino que la trituraba hasta hacerla polvo. Este producto entonces no se envasaba, se servía en grandes serones o en espuertas. Más de una vez, atravesé La Puente Llovía con un primo o hermano para traernos yeso destinado a cualquier chapuz que había que hacer en la casa. Además de las piedras, en el horno se volvían a cocer los cochizos. Éstos eran trozos de techo y paredes procedentes del derribo de casas antiguas que eran de nuevo recuperados como materia prima. Vivíamos una época que todo se aprovecha, aunque con poca utilidad económica. Mis primos García Ortiz y yo, nos dedicábamos durante cierto tiempo a recoger cochizos en las obras y escombros abandonados, llevados al horno, nos daban por ellos unas pesetas que enseguida disipábamos yendo al cine sobre todo a las funciones féminas. En estas ocasiones, pasaban una película pero por una entrada podíamos entrar dos personas. Otra cosa eran los programas dobles donde por una entrada daban dos películas. Más tarde, se podrían de moda la sesión continua, podías entrar y salir sin hora determinada, pero esto no dio mucho resultado. La entrada más barata que recuerdo era de 75 céntimos, que te daba acceso al gallinero del Salón Victoria o del Teatro Principal. En las funciones féminas echabas con un amigo a cara y cruz a ver quien pagaba las cuatro gordas o las tres gordas y media. Si te tocaba esto último, dabas saltos de alegría y la película hasta te parecía más bonita. De pequeño heredé esta afición a las películas que todavía conservo y de la tele, apartando las noticias y algún programa cultural y musical, éste es el programa que más me gusta y al que dedico más atención. Una buena película sigue siendo una gran diversión que acojo con ganas cuando tengo tiempo.
Aunque parezca un poco chocante, el yeso también se empleaba como condimento en la alimentación y aunque no se comía a cucharadas porque supongo que podría formar un tabique en el estómago y bloquear la digestión, sí se usaba en pequeñas dosis y creo que nunca habrá un alimento más pesado. En la plaza, por las tardes, se ponía un hombre con un pequeño canasto dividido en dos compartimentos con una tabla. Vendía avellanas tostadas (eran cacahuetes con su cáscara y mucha sal) y garbanzos también tostados... con yeso. Sal y yeso en abundancia, como alimento extra. Por unos reales o una peseta, te echaban unas medidas a las que siempre añadía un chorreón, (tres o cuatro avellanas o unos pocos garbanzos), para ganarse al cliente. Era una delicia el día que le comprabas algo, el sabor a sal de tu boca formaba vocerío que publicaba lo bien que lo estabas pasando.
En los hornos también se cocía la piedra para obtener la cal de este pueblo hecho merengue con su revestimiento. Interiores y exteriores eran encalados una y mil veces para quitar suciedades y dar blancura de nieve a un pueblo que escasamente la ve y que si llega a verla forma acontecimiento con el raro fenómeno meteorológico. Igualmente, estos hornos hoy están desapareciendo porque cada vez se emplean más pinturas industriales, más cómodas, duraderas, fácil de limpiar y por lo tanto más económicas, y, por otra parte, en vez de escobas se usan rodillos que llenan mucho antes la superficie con menos pasadas.
Enfrente del horno de yeso, había un tejar donde se fabricaban casi artesanalmente tejas (la famosa árabe que ya se hace cada vez menos), ladrillos, rasillas así como cacharros muy simples para el hogar. La tierra arcillosa la amontonaban al aire libre y en más de una ocasión cogíamos una poca para hacer nosotros nuestros propios juguetes. No se conocía entonces lo que era la "plastilina". Enfangados pies y manos, se veían a los trabajadores amasar el barro hasta darle textura amorfa y uniforme para después pasarlo a una máquina que lo hacía láminas, que eran cortadas rítmicamente para ser colocadas en un molde en forma de medio cilindro y puestas en el suelo formando un cuadriculado donde pasaban unos días hasta que el sol las endurecía para después ser cocidas en el horno. Desde el Adarve era curioso ver estas tejas y ladrillos que simulaban puntitos de un tejido geométrico. Es lástima que los tres o cuatro tejares que había en Priego hayan desaparecido y no fueran capaces los patronos ni la iniciativa particular y pública de adaptarse a los nuevos medios de elaboración modernos. Se ha perdido otra de las tantas producciones de las que se podía sacar provecho en fama, empleo y pesetas turísticas.
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