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28. TALLER DE ALFARERO
Descripción de los talleres artesanos de alfarería, ya desaparecidos.
© Enrique Alcalá Ortiz
En uno de los muros de esta fábrica estaba puesto el escudo de Falange Española, un yugo y unas flechas, fabricado en madera de color rojo ocre y con unas dimensiones mayores que la estatura de un hombre. A la entrada de casi todos los pueblos por esta época había un escudo igual, (o más pequeño), para indicar a los viajeros qué clase de tendencia política tenía las riendas del poder. Pienso yo ahora, que el yugo sería el símbolo que indicaba que todos debíamos trabajar juntos, callados y sumisos, como los bueyes, y las flechas estarían preparadas para lanzarlas al que se saliera del yugo. Entonces, era un símbolo más que se miraba varias veces y de tan repetido, olvidado al instante. En los estudios de bachiller, me enteré que el invento fue copiado de los ínclitos Reyes Católicos que lo crearon como enseña de su reinado, por empezar los susodichos objetos con la "F" de Fernando y la "I" de Isabel. ¡Lo qué sabe uno cuando se aprende la lección! En los primeros años de la democracia, lo quitaron. Otros tiempos y otras gentes traerían nuevas divisas que no están colocadas en las entradas de las ciudades, pero sí se cuelgan, (aunque de forma invisible), en aquellos puntos donde la gestión forma ideograma y figura necesarias para toda función pública.
Siguiendo las flechas ‑nunca mejor dicho‑ nos encontramos una bifurcación del camino. Entonces, no existían las construcciones actuales. Los talleres de chapa, grasa y gasolina, eran campo y huertas, verde y tierra, camuesos y lechugas. Este lugar se llama el Rigüelo, (de Rihuelo), allí, mi abuelo y su familia tenían un pequeño taller de alfarería donde fabricaban toda clase de objetos de barro, no me atrevo a decir de cerámica. Por esta actividad, alguna rama de su familia recibió el mote de Cantareros, y otra, el de Puchericos, como ya digo en otra ocasión de estos cuentos. Con estos añadidos tan expresivos a los apellidos, huelga decir los cacharros que más fabricaban, creo y estimo.
Subiendo para arriba, estaba y está el edificio del cuartel de la Guardia Civil y las dependencias anejas el mismo. Construido por la Dictadura con destino a un colegio que llevaría el nombre de Carlos Valverde, padre del alcalde y el mejor representante de nuestras letras, fue reconvertido en cuartel en tiempos republicanos para llevarse el colegio al solar donde estaba el Pósito. Siguiendo la norma de todos los cuarteles de este tipo, también era vivienda para las familias de los guardias. A los lados tenía entonces las caballerizas, donde guardaban los imponentes caballos, en los que hacían ronda por toda la comarca. Muchas tardes, en ropa de faena, se les veía limpiándolos, cepillándolos, dándoles forraje o con las bridas en las manos, haciéndoles dar paseos circulares para mantenerlos en forma.
Los guardias, por parejas, tenían un aspecto de espanto subidos en sus corceles con sus largas capas verdes a las espaldas, su fusil ametrallador de bandolera y su negro tricornio en la cabeza, haciendo juego con sus bigotes. Aunque el sueldo era parejo con la miseria de la administración de la época, fueron bien tratados en las tiendas y comercios del barrio y la gente, en general, les tenía respeto y estima, aunque también los veía como seres privilegiados, llenos de un poder omnímodo y de un sueldo seguro por lo que el "Cuerpo" fue coladera de muchos parados del barrio o de zagalones que se dedicaban a la agricultura. De aquí que muchos llamaran a sus componentes "desertores del arado".
Los potrillos de verdad se convirtieron en simulados caballos de motor que propulsan los vehículos en los que ahora hacen las guardias, los guardias, y las cuadras pestilentes se transformaron en "parking" con olor a gasolina y manchas de aceite ennegrecido. Mientras la muralla defensiva, almenada como un castillo, observa el ejército de construcciones que van invadiendo los espacios abiertos que la rodeaban sin poder hacer nada para evitarlo.
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