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11.23. ERMITA DE SAN MIGUEL

 




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Personas - Prieguenses

ÁNGEL CARRILLO TRUCIO. (1882-1970)

Sacerdote que trabajó incesantemente por la formación de nuevos sacedotes.



                                                                         © Francisco Flores Callava

  

A

 la altura de sus ochenta años ?la edad de los fuertes según canta el salmista? la vida de Don Ángel es un magnífico canto a la gloria de Dios. Porque corona esta cima ?a la que llegan los menos? cargado con la plenitud go­zosa, henchida y exuberante, de plurales actividades apostólicas.

Al recoger estos jirones de su vida, siento un miedo res­petuoso. La impresión del que pone manos manchadas en manojo de azucenas. A pesar del natural pudor de las al­mas sencillas, que recatan para el trato con Dios su propia intimidad, me he atrevido a descorrer, con mono temblo­rosa, el velo que cubre este interior, para ejemplo de mu­chos, para reparación ofrecida a todos.

En la calle Noria, extrarradio de la Villa, vivía un matri­monio pobre. Él se llamaba Manuel; ella María del Rosa­rio. Él era hortelano; ella una sencilla muchacha de servi­cio que, como tantas otras, salen de servir, camino del matrimonio. A él le gustaban los chascarrillos; ella era de mediana estatura y de carácter simpático y gracioso. La­boriosos. Sencillos. Y buenos cristianos. Después de lo co­mida, y al calor de la intimidad hogareña, se desgranaba el rosario a Nuestra Señora. Esta ha sido sana costumbre de nuestros antiguos hortelanos. Misa los domingos y el resto de la semana a trabajar, como manda la Biblia.

Don Ángel fue bautizado en la parroquia de la Asun­ción. Se le impuso el nombre del Santo del día. 

PRIMERA COMUNION

Había un sacerdote en Priego, don José Morales, que celebraba su misa muy tempranito. Esta fue escogida por Don Ángel para hacer su primera comunión. Tendría once años. Recuerdo haberle oído a Don Ángel, como no se le borró nunca la imagen de aquel día. La madre le había hecho, con anterioridad, un trajecillo. Ya estaba un tanto deteriorado. (Como el de tantos niños pobres de nuestros tarsicios). Se lo lavó. Al despuntar la mañana, blanca ma­ñana de primera comunión en que el sol nos mira con en­vidia, se lo puso, se colocó sus alpargatillas y volando a la iglesia. Desde esta fecha, repetiría con frecuencia, el abra­zo de intimidad con Jesús Eucaristía. 

CATEQUISTA SIEMPRE

Durante esta época vivía en el Santo Cristo. (No hay casa permanente para los pobres). Ni él ni sus hermanos asistieron a la escuela. El padre le había tomado pánico y no puso en ella a ninguno de sus hijos. ¿Cómo aprender a leer? Se ingenió, desde pequeño, para hacer el bien y ha­cérselo a sí mismo. Catequesis por escuela. Enseñanza mutua. Reunía a los muchachos del Santo Cristo en una habitación de su casa. Les enseñaba la doctrina. Aprendían a rezar. En re­compensa estos mucha­chos le enseñaban a leer. 

TRATO CON DIOS

Durante todo el año, en compañía de su abuela, frecuen­taba, la iglesia. Iba con gusto. Don Antonio Aguilera, sa­cerdote, tenía sus ornamentos en la iglesia del Carmen. Allí celebraba la Santa Misa, celebraba los cultos o lo lar­go del año litúrgico y en tiempo de Cuaresma predicaba todos los días. Don Ángel no se perdía ningún sermón. 

LLAMADA DE DIOS

¿En qué momento se sintió llamado al sacerdocio? Don Ángel no recuerda fecha exacta, desde niño se sintió lla­mado. «No encontraba quién me am­parara» ?nos dice con sentimiento. En efecto, Don Ángel no encontró en su camino otro Don Ángel. Empezó o preparar su examen de ingreso en el Seminario, pero se negaban a darle carta de recomendación y certificado de buena conducta. Perdió su esperan­za en lo humano, y decidió acudir de lleno al auxilio del cielo. Hizo una no­vena a la Virgen de la Salud, y consi­guió ponerse en camino de Córdoba, para encontrar trabajo. Se dirigió Don Ángel a casa de los hermanos Lovera, donde estaba el Vicario de Priego. Está loco? le decía éste.

El impulso mayor a su vocación, se lo dio don José Serrano que ya estaba en el Seminario. Un domingo de mayo, mientras salía la procesión del Naza­reno le encontró en el compás de San Francisco y le invitó a ver la salida de Jesús desde el balcón de la familia Bu­fill, la actual casa de doña Julia Usano. Le preguntó por su vocación y Don Ángel se puso loco de contento. Deci­dido a irse a Córdoba. Se despidió de don José y en el terrado de esta casa, lloró. Fueron lágrimas dulces, de gozo y alegría incontenibles. 

SEÑAL DE CONTRADICIÓN

Después de esto, se enteraron los demás sacerdotes de sus aspiraciones, y llamando a las abuelas de Don Ángel, les dijeron que estaban en pecado mortal, y que no sería sacerdote nunca. Su deber era trabajar.

La causa de esta reacción era el convencimiento de que el sacerdo­cio era incompatible con su pobreza.

Empezó la prueba. En primer lugar lucha contra su ignorancia. Tuvo que independizarse de sus padres para asistir a la escuela. Sus abuelas le pro­porcionaban las comidas principales. 

MARCHA A CORDODA

Don Antonio Aguilera, sacerdote, al despedirle, le regaló un duro en plata. En Córdoba, doña Carmen Montoro le socorría con ropas. Las monjas la co­mida pero sin asegurarle el pan. Éste lo compraba él. Ganaba cuatro duros al mes. Para pan, libros y demás gas­tos siempre venían escasos. En las pa­rroquias se revestía de sacristán me­nor, con lo que ganaba tres pesetas.

         Llegó a Córdoba con tres reales. Cuando se acabó el dinero se lo comunicó a las monjas. Éstas le sa­caron un jergón. Alquiló una habitación en el actual Asilo de los Ancianos Desam­parados, hasta que marchó el sacristán de Santa Ana y pudo él reemplazarle. 

SERVICIO MILITAR

Después de dos años de estudio, servicio militar. Se dio de baja en la plaza para así estar más libre para los estu­dios. Se puso a servir y pudo estudiar en el Seminario de Cádiz donde le daban de comer y le trataban con bastan­te afecto. 

REGRESA A CORDOBA

Don Ángel conserva gratos recuerdos de sus superiores, especialmente

del insigne don Miguel Blanco Romero, por muchos años secretario del Obispado. De los momentos más gratos recuerda Don Ángel el tiempo que estuvo interno en el Seminario. In­gresó como tal el 15 de octubre de 1911 y estuvo solamente seis meses. Antes de ingresar recibió las Órdenes menores, aunque no vistió traje talar ?era la costumbre? hasta la recep­ción del subdiaconado. 

ÓRDENES MAYORES

En Navidad de 1911 recibió el subdiácono. Fue ordenado por un Obispo misionero de China. En semana Santa del año siguiente ?1912? recibió el diácono de manos de un arzobispo de Portugal que estaba desterrado en Es­paña. Y en las témporas de sep­tiembre de aquel mismo año 21 a 23 de septiembre fue ordenado sacerdote por el arzobispo de Granada Messe­guer y Costa porque el obispo de Cór­doba había quedado ciego. 

PRIMERA MISA

Don Ángel celebró su primera misa el dos de octubre de 1912  en la iglesia de San Pedro, ante la imagen de le Soledad. Era una promesa hecha a María, a raíz de su manifiesta intervención en el proceso de su vocación. Fueron sus padrinos D. Antonio y Dª. María Luisa Castilla. Predicó su primera misa Don Tomás Ortiz, coadjutor a la sazón en la pa­rroquia de la Asunción.

PRIMER DESTINO

Una vez ordenado, se aficionó en Granada a las Es­cuelas del Ave María, obra benemérita de don Andrés Manjón. Allí estuvo algún tiempo unido a él. Le consultó su deseo de ser maestro, puesto que ya era sacerdote. Don Andrés asintió, pero puso como condición la residencia en Granada, Volvió Don Ángel a Córdoba para recabar el correspondiente permiso, pero el secretario del Obis­pado le comunicó que era imposible, porque le necesitaban en la Diócesis. Le dieron a elegir uno de estos dos destinos: coadjutor en Palenciana o párroco de Zagrilla y Esparra­gal. Optó por este último pues su madre se encontraba en­ferma en Priego. En Zagrilla estuvo cinco años y seis me­ses. Años de intensa labor pastoral, primicias de sus fer­vores sacerdotales: trato personal con los mayores, contacto diario con los pequeños y una sana apertura a todos los problemas. Después de tan larga estancia, pidió tras­lado, pero al Prelado no le pareció oportuno, puesto que gozaba de grandes simpatías en la aldea. Pero la provi­dencia le iba a trasladar valiéndose de un medio inespe­rado: a consecuencia de una fractura en el brazo, escribió al Obispo pidiendo traslado a Priego para curarse aquí. Cambió su puesto con don Juan Vílchez que marchó a Za­grilla, quedando Don Ángel de Coadjutor todo el tiempo que duró su curación. 

TRASLADO A BAENA

El año 1918 hubo concurso a parroquias, Entonces fue trasladado a Baena. Baena era entonces de los pueblos más descristianizados de la Diócesis

Frecuencia de sacramentos nula. Nadie recibía los últi­mos sacramentos. Pero a pesar de todo había hambre de religión, y de enseñanza, pese a los estragos del socia­lismo y al antagonismo de las clases sociales. ¿Solución? Una misa para niñas en lo iglesia de San Bartolomé, difusión de la prensa católica y la ilusión tronchada en flor, de unas escuelas del Ave María. No se desanimó y conti­nuó asistiendo a las escuelas existentes, rifando, premian­do y catequizando a los niños, que le recibían siempre con un jolgorio ensordecedor.

Estando su madre viva, Don Ángel había planeado su traslado a Carcabuey para estar más cerca de ella. Una vez muerta ya no insistió en el traslado. Salió de Baena cuando estaba ocupado en tantas obras de la gloria de Dios. Durante este tiempo cultivó algo las vocaciones, pe­ro entonces no se protegían ni dentro ni fuera del Semi­nario. 

CARCABUEY

Fue a Carcabuey el año 1919. Esta faceta de su labor pastoral está muy bien reflejada en el artículo del señor Alcalde de Carcabuey. 

PRIEGO

Don Ángel vino a Priego el año 1932. Don Jerónimo Mo­lina le propuso pidiese la Capellanía de Jesús Nazareno y la de la Adoración Nocturna recién fundada. El Sr. Obispo fue conforme con la propuesta de Don Ángel y por fin le tenemos en Priego

Desde entonces todos conocemos su labor. Está a la vis­ta. No necesita panegírico ni exclamaciones ponderati­vas. Lenta, callada, perseverante labor educadora en to­dos las facetas que fueron siempre la ilusión de su vida. Por esto, a la altura de sus ochenta años, la vida de Don Ángel, plural y exuberante es un magnífico canto a la gloria de Dios.





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