Por Felicidad Sánchez Pacheco.
anuel Nieto nace en Priego (Córdoba) en 1949. Llega a Madrid muy joven, donde realiza estudios en la Escuela de Artes y Oficios y en el Círculo de Bellas Artes. Poco después, y durante algunos años, compagina la práctica de la pintura con el diseño y la ilustración de portadas de libros, carteles, carátulas de discos y otras publicaciones.
Desde 1971 comienza a participar en certámenes y exposiciones, entre ellos, Blanco y Negro, Salón de Otoño y Artes Plásticas de Valdepeñas. Es seleccionado para los premios Francisco Alcántara, Mora de Toledo, Ayuntamiento de Alcobendas y Bienal Internacional del Deporte en las Bellas Artes. A partir de ese momento, su actividad le lleva a realizar un periplo de exposiciones por distintas ciudades españolas, europeas y latinoamericanas: Madrid, Barcelona, Zaragoza, Tenerife, León, Segovia, Ciudad Real, la región andaluza casi en su totalidad, Milán, Lucerna, Caracas, México y Bogotá. En 1983 forma parte del grupo "Nueva Expresión". En 1986 participa en la Feria de Arte Contemporáneo (ARCO) de Madrid y en la Feria Internacional de Arte (INTERARTE) de Valencia.
Resumen de datos que configuran, en el trabajo realizado hasta hoy por Manuel Nieto, la naturaleza activa, inquieta y móvil de un pintor vitalista, abierto a toda experiencia estética como camino de comprensión y aprendizaje; con la suficiente conciencia histórica para reconocer su posición ante el ejercicio de la pintura y llevarlo a la práctica asumiendo en el esfuerzo útil todas sus consecuencias.
RAICES Y ANDADURA
Una de las premisas fundamentales para el estudio ?o la sola contemplación? de toda obra creada por el hombre, está en encontrarle en ella hasta esos límites de reconocimiento que rozan la frontera imprecisa donde se funden los territorios de lo creado y los del propio espectador. Llegar a este encuentro supone descubrir en el contenido de su obra, físicamente medible, la proyección total del hombre, del artista.
Priego de Córdoba es uno de esos pueblos que conforman el patrimonio agrícola de la Andalucía rural; un paisaje alternado por grandes cultivos de cereal, hileras de olivos marcando su simetría en la tierra y la profusa extensión de vides bajo una luz inmisericorde que eleva el color a gradaciones no superadas. Este entorno fue para Manuel Nieto el primer contacto vital y la experiencia natural más próxima durante los años de su infancia. El campo andaluz era su casa. Y de allí se lo trajo guardado cuando llega a Madrid, a la ciudad que lo absorbe por sus exigencias, convirtiéndole primero en un estudiante de arte a la conquista de lugar propio y en un practicante avezado de la supervivencia urbana después. Y, entre tanto, la pintura: encuentros, desencuentros; lo que traía, él mismo, está dentro, aprendiendo a crecer más, pero sosteniéndole. Se atisba desde sus primeros cuadros. En ese tiempo, durante unos años, se le hace necesario tantear, probar fórmulas, ensayar conceptos como vía de comprensión del medio y por esa decidida voluntad de encontrarse "dejándose perder" en un largo recorrido de experiencias plásticas que van a encaminarle hacia su auténtica personalidad pictórica.
DEL ORDEN A LA EXPRESION
Los primeros resultados de la pintura de Nieto, en los que empieza a tomar cuerpo esa característica que identificará su trayectoria, se asumen desde unos planteamientos basados en la construcción de la forma. Líneas, planos y geometría se significan más como una actitud reflexiva, un paso dirigido a establecer la tregua entre la aventura y su propio equilibrio; la recapitulación ante el orden y los propósitos creativos del artista.
Pero ese período de exactitudes y rigideces fórmales, valioso como disciplina, se ve pronto desbordado por su temperamento impulsivo, proclive a las iniciativas de la intuición. Paulatinamente, las líneas se dinamizan en trazos flexibles, surge un interés acusado por la figura; cuerpos y rostros llenan la superficie de sus cuadros. Comienza a aparecer la expresión a través de esos primeros planos revelando el estudio de las figuras y sobre todo, de las cabezas, de las caras siempre en posición frontal, tratadas como paisajes humanos, con una preocupación ?que ya será ininterrumpida? por integrar todo elemento visual a un mismo espacio , fundido en esa acción simultánea de movimientos que se concreta en la unidad.
Esta voluntad de aunar la diversidad de gestos y acentos expresivos en una conjunción total, le viene dada por los reductos de su memoria, aquellos primeros años niños enseñados de naturaleza, confundidos en su paisaje. Es esto, el paisaje, lo que Manolo Nieto tiene prendido y aprendido. Y en ello van a radicar los mejores registros de su lenguaje.
LA ELOCUENCIA DEL COLOR
Una de las categorías importantes que determinan la pintura de Nieto, se define en su capacidad para extraer la riqueza profusa y contrastada del color, elevado a veces a su más puro esplendor expresivo como intérprete de una exaltada conmoción anímica, o decantado otras, hasta alcanzar esas dimensiones opuestas donde la sensibilidad se adelgaza y adquiere el silencio de lo vulnerable. Obediencia tácita al color. Porque el expresionismo de Manolo, su expresionismo vibrante, instintivo, el que le lleva a la síntesis de la forma, concretada en el gesto escueto pero rotundo, se ve respondido por un "inter ego" que complementa su carácter, su pintura; que atempera y descubre, en sutilezas tonales proyectadas desde su interior, el contrapunto sensitivo, la reflexión pictórica sobre la naturaleza de lo visible.
Doble manifestación conciliada plenamente con el motivo principal que inspira su plástica: el paisaje, la tierra, la presencia ineludible del mundo orgánico en espacios y atmósferas abiertas a la luz e inevitablemente susceptibles al tiempo. Cuando Manuel Nieto mira, responde al estímulo inmediato de lo sensorial y su paleta confirma lo que para él no puede traducirse de otra manera; el deslumbramiento espontáneo en trazos y color de aquello que han captado sus sentidos. Todo entonces se resuelve en un verbo contundente y expresivo. Hasta lo perentorio. Pero ese primer contacto desencadena sin remedio otras aspiraciones más profundas a través de la mirada. Y la pintura se manifiesta como interlocutor del proceso que le descubre escudriñando la esencia de lo que constituye su universo visual. Es el intento de aunar lo visto con lo sentido; meditación activa cuando el espacio pictórico se convierte en un discurrir lúcido y sereno de abstracciones cromáticas, una revelación de ambiente irreal, ideal, que reúne en el mismo plano la presencia simultánea de la imagen y los elementos matéricos. Tonos medios, aquietados, recorren en veladuras la escala de los blancos y de los grises hasta sincronizar en una intensa propuesta identificadora.
CON LA NATURALEZA
Tras un largo trayecto de experiencias diversas que han ido consolidando su trabajo, y ante la necesidad de revisar sus planteamientos en el instante que cree cumplida una etapa de acusadas confrontaciones, Nieto decide encaminar sus propósitos hacia un objetivo que nunca estuvo del todo alejado de su práctica pero que en la actualidad ocupa lo más inmediato de sus quehaceres: la elección del natural. Las aportaciones de este medio a su pintura le reportan un nuevo motivo para ejercitar sus aptitudes cromáticas y la madurez adquirida en la continua peripecia indagatoria que le ha conducido a esta actitud de reencuentro consigo mismo en la naturaleza. El paisaje y, dentro de él, muy especialmente el protagonismo del mundo vegetal, comienza a presidir sus realizaciones con un aspecto renovado, fresco y vivo pero más observador de su esencialidad total.
Con ello, emprende la exploración de un motivo temático concebido desde el repertorio de particularidades que ofrece el propio carácter orgánico de su objetivo plástico. El interés por la imagen floral, se remite a una serie de trabajos dedicados a traducir sus teorías de la línea y el color, modificando incluso la cualidad real entre el espacio y el sujeto, en una asunción personal que se resuelve en trazos esbozados e inciertos a medio fundir en la inmaterialidad abstracta en la que se integran.
El pintor se encamina hacia esa pretendida evocación de lo inefable. Ajusta su óptica creativa a la interpretación directa del natural; la presencia de las flores, con todo lo que supone de riesgo asumido y rechazo a falsos prejuicios, confirman la intención de Nieto y su acercamiento a un modo de hacer estrechamente comprometido al ideal estético que más se ciñe, con expectativas y proyectos, a su inquietud presente.