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35. CANDELAS Y RINCOROS
Bailes populares en las calles del barrio y las fiestas del Rostro.
© Enrique Alcalá Ortiz
Lo más celebrado de todo por los chicos mayores y menores. Sin discotecas, sin salas de fiestas y con escaso poder adquisitivo, la juventud tendría que dar rienda suelta a esa fuerza de la sangre que se le sale por cada uno de los poros de su piel. Para celebrar la Candelaria, además de las roscas que te bendecían en la Asunción, por la tarde se hacían cucañas y juegos populares. El más corriente era coger los cántaros y cacharros de cocina averiados y echarle un poco de agua o serrín de madera. Puestos en círculo, los participantes se iban pasando el cántaro hasta que una fallaba, rompiéndose en el suelo y provocando la natural algarabía entre jugadores y público espectador.
Los rincoros empezaban con la Candelaria. A primeros de febrero, se tenía preparado leña, muebles viejos, esteras, trapos y cualquier cosa combustible. Con ellos se hacía un gran fuego al anochecer y alrededor de él se bailaban y se cantaban durante horas y horas los corros, en Priego llamados rincoros. La juventud nos tirábamos horas y horas de cante y baile en vueltas y carreras sin fin donde sólo estaba permitido verse y tocarse las manos. Los únicos instrumentos necesarios eran las manos (para hacer palmas) y las cuerdas vocales (para cantar incansablemente), además de unas ganas intensas de pasarlo bien, y a estas edades ya se sabe que con poco basta. Los bailes continuaban todos los días siguientes, incrementándose con las fiestas de Carnaval para terminar definitivamente con la llegada de la Cuaresma, en la que se interrumpía toda actividad festivalera. Esta tradición de cantar y bailar ha sido una de las más importantes de Priego, y su magnitud la tenemos recogida en seis tomos con el nombre genérico de Cancionero Popular de Priego, Poesía cordobesa de cante y baile. Entre 1500 y 2000 páginas de tradición oral, forman un testimonio escrito muy difícil de superar que viene a demostrar la magnitud de la obra. El recuerdo de los muchos momentos agradables pasados haciendo rincoros, me motivó para que en el año 1983 me decidiera a recopilar unas pocas coplas, y lo que fue afición se convirtió en un inmenso e intenso trabajo al que dediqué miles de horas durante diez años. Lo pasé estupendamente. Entrevistas, encuestas a los alumnos del colegio, visitas, viajes a aldeas, recibir en mi casa a mujeres para que me dieran material y cintas de casete a montones. Y después, clasificar todo el material, ordenarlo, estructurarlo y por fin publicarlo cuando se conseguía una subvención. Aunque mi agradecimiento lo hago extensivo a todos los que me ayudaron en esta laboriosa obra, he de resaltar a María Pérez Fuentes, Gloria Jurado Serrano y María Cano Huertas, a quienes he dedicado algún tomo, y, además, al joven músico José Ramón Córdoba Rodríguez que realizó la trascripción musical de muchas coplas.
La personalidad del barrio se incrementaba con la llegada de agosto. El día 15, Asunción de Nuestra Señora se celebraban, y se celebran, las fiestas del Rostro. Éstas eran nuestras insignias y estandartes de identidad. Todo el barrio acudía a las celebraciones religiosas y a la procesión del día 15 con las imágenes titulares de la Hermandad. La Virgen María con el Niño Jesús en sus rodillas, y San José con su vara florida. Con la vela encendida en la mano, se hacían filas en la calle Belén y se subía por San Luis. Es la única procesión que pasa por estas calles, ya que las de Semana Santa y domingos de Mayo, sólo lo hacen por las principales del pueblo. Las gotas de cera caídas sobre las piedras del suelo eran testimonio resbaladizo de un patrimonio cultural en el que se atrincheraban los vecinos. El portal de Belén, paseando por las calles de Priego en pleno mes de agosto con la calor, es un fuerte contraste para los que contemplen la procesión. La conmemoración de las fiestas se cerraba con la celebración de una rifa de objetos donados a la Virgen con lo que se proveía de unos pocos fondos a la Hermandad.
No todo eran fiestas. Como la vida misma, también hubo sus momentos tristes y estos se producían cuando moría algún vecino del barrio. A veces, por comodidad, y para no tenerlo que subir a la Asunción y después bajarlo, se celebraban las exequias en el portal de Belén. El mismo sitio donde se agasajaba al acto de nacer, se despedía a la muerte. La campana de la ermita gemía lastimosamente esparciendo en círculos concéntricos un sonido elocuente y comprensivo: alguien se nos iba.
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