-
48, MI GRUPO ESCOLAR
Las tres primeras escuelas construidas por Franco en Priego a mediados del siglo XX.
© Enrique Alcalá Ortiz
l grupo escolar de las Casas Baratas se llamaba oficialmente igual que el barrio, es decir, Escuelas Jesús Nazareno. Lo hicieron con un presupuesto y contratista diferentes, por lo que no se derrumbó como las casas del barrio, sino que las escuelas fueron demolidas hace unos años en la última reestructuración urbana, después de haberse integrado legalmente en el Colegio Público "Camacho Melendo".
Constaba de tres unidades, una de párvulos y dos clases unitarias, una de niños y otra de niñas. No se había implantado aún la enseñanza mixta que se generalizaría con la reforma de 1970, con la Ley Villar Palasí, además tenían al lado de cada clase un cuartito pequeño para "desahogo", y en uno de ellos estaba todo el día la mujer de la limpieza que era también la portera. Delante de las escuelas, existía un pequeño patio donde correteábamos en los recreos, pero insuficiente para echar un buen partido de fútbol. Las clases eran pequeñas. A un lado y otro, había filas de bancas bipersonales con aquellos asientos que se subían y que se bajaban con estrepitoso ruido cuando llegada una persona mayor porque era necesario ponerse de pie y muy serios hacer un saludo. Así había que permanecer hasta que te dieran permiso para sentarte. En la mesa del profesor, siempre se veía un tintero más elegante que el de nuestras mesas, un escritorio, una esfera terrestre, una hucha de negrito para recoger dinero para la Santa Infancia y..., la palmeta. Ésta era el tercer brazo de todo maestro, usada a diario para no perder la costumbre. Los castigos corporales fueron práctica habitual en la enseñanza y los niños se maltrataban poniéndolos de rodillas o pegándole palmetazos en las manos en número proporcional al de su falta. Cuando se rompía la palmeta, estábamos todos prestos a ver quien le traía al maestro la mejor de repuesto, y éste escogía la que más le gustaba entre las que le presentaban. Cuando se llegaban las madres para hacer la inscripción, muchas le decían al maestro: "Si es malo, arréele usted fuerte". Y así se hacía. Cuando hoy hablan con el profesor, las madres parecen decir esto: "Como toque a mi hijo, lo llevo al juzgado". Vamos progresando. En las paredes de la clase, solía haber unos estropeados mapas de España y de Europa, y la pizarra metálica o de madera pintada de negro.
El horario era el mismo absurdo de ahora, (aún vigente en algunos colegios), con jornada partida de nueve y media a doce media, y de tres a cinco para aprovechar la hora de la digestión mientras se trabaja. Llegada la hora de clase, te colgabas a la espalda una cartera de "patén" hecha en casa. Ésta era como un gran sobre cerrado con un botón donde se metía la enciclopedia, la pluma metálica y el cuaderno por lo que íbamos "ligeros de equipaje". En los crudos días del invierno, en una pequeña lata, había que llevarse una poca lumbre del brasero de la casa porque en las escuelas no había calefacción. Se empezaba cantando y rezando. En las clases de entonces, nos enseñaban variadas canciones, muchas de matiz político que había que repetir hasta la saciedad. El maestro te ponía las cuentas que había que hacer todos los días, la plana para escribir, la máxima religiosa y la máxima política para la formación del espíritu nacional, platos obligados de estudio y comentario. En eso se te iban dos horas. En la tercera de la mañana, se estudiaban las cuatro o cinco preguntas de la lección, y el más listo adelantaba puestos. De esta forma nos motivaba y estábamos atentos al fallo del que estaba delante para decir de carretilla la pregunta y adelantarlo. Por las tardes, se nos iba una hora cantando: "España limita al Norte..." "Dos por una es dos...", "Viva María...", "Venid y vamos todos con flores a María", "Prietas las filas..." Se pasaba bien, porque cantar es agradable. Lo que pasa es que se aprendía poco. Yo hasta ahora, después de varias décadas de maestro chapado a la antigua, no sé lo que es más importante: pasarlo bien o aprender. Las dos cosas al mismo tiempo, quizás. Los sábados sólo había clase por la mañana. Ésta se dedicaba a copiar el evangelio, aprendérselo, y rezar el rosario. La religión fue una segunda naturaleza, entonces protegida por el gobierno y cumplida a rajatabla. Los maestros tenían que llevar los niños a misa los domingos y ser ellos los primeros en asistir. Si algún alumno faltaba sin razón, el maestro le preguntaba de qué color había sido la capa y la casulla del cura oficiante y si no la sabía, castigo al canto. No había ningún maestro que se declarara ateo o agnóstico porque entonces no podía trabajar como educador.
Muchas tardes, los maestros nos llevaban al campo. Con bastante frecuencia sucedía esto. Muchos días, al llegar la tarde, empezábamos a chincharlo y éste finalmente accedía. El Rigüelo y la Cubé soportaron nuestras clases peripatéticas de esparcimiento. Y fueron seguramente para los profesores alivio de sus miserables sueldos y numerosos alumnos por clase, entre cuarenta y sesenta alumnos de todas las edades. Por eso, tenían que ayudarse de los mayores para dar de leer a los que empezaban, hacían verdaderos malabarismos para llevar adelante aquella multitud. De la misma forma, para aliviar la carga, había muchos días de fiesta y de conmemoraciones para no ir a la escuela. Estos días, los aprovechábamos para pasarlo en grande. Por ejemplo, en el día de los difuntos vaciamos melones y calabazas, esculpíamos calaveras en su superficie, colocábamos una lamparilla de aceite en el interior y atadas con cuerdas, paseábamos en grupos por las oscuras calles del barrio. En mayo, el día de la cruz, nos fabricábamos una pequeña, se adornaba humildemente y se colocaba en cualquier parte de la calle. Con un platillo en la mano, te acercabas a todos los mayores que pasaban, lo levantabas hasta la cintura y "Una perrillica para la santa cruz", salía de tu garganta, con tono de no haber roto un plato en tu vida. Las ganancias las repartíamos entre los socios. No se solía sacar mucho, pero algo era algo. (Una perrilla eran cinco céntimos.)
Los días de Reyes, el Ayuntamiento mandaba juguetes a la escuela. El maestro los ponía todos en exposición y luego los alumnos los íbamos cogiendo, según el orden de clase. Así que ésta era una ventaja, el ser de los primeros. Antes de que te llamaran para escoger, estabas haciendo cábalas a ver cuales eran los mejores para cuando te tocará el turno llevártelo. A los pequeños siempre le correspondían las macanas y los de menor precio. Después, quitarían esto, y los distribuirían en el Ayuntamiento, para por fin eliminar el reparto de juguetes en las escuelas públicas.
2488 Veces visto -
|
|