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LA CAPA ESPAÑOLA
Poesía festiva.
Hermoso romance a una de las prendas de más prosapia española.
Carlos Valverde López
A listo me ganan todos,
a español nadie me gana,
que yo, por ser español,
soy más español que España.
Esta copla que ahora acabo
de sacar, y no es muy mala,
sirva, de encabezamiento
a la defensa bizarra
que pienso hacer este año
coma siempre, de la capa.
La prenda más española,
más airosa, más gallarda,
más noble, más elegante,
más cumplida, más simpática,
más cómoda, más flexible,
más ligera, más holgada,
más confortable y más buena
que jamás se vio en España.
Solo por ser española,
debiera tenerse a gala,
sobre cualquier indumento,
el vestirla y el usarla,
que el uso de lo nativo
es manera de hacer patria.
Mas aparte de eso, tiene
innumerables ventajas
de que carecen las prendas
similares, verbigracia:
es la capa para el frío
como una especie de válvula
reguladora que puede
abrirse o cerrarse en cada
caso, según lo demande
la necesidad. Que baja
la temperatura, arriba
el embozo; que se calma
el frío, fuera del embozo
quede el pecho y la garganta:
que se acentúa el calor,
pues se recoge la capa
por detrás, con ambas manos,
y ya no molesta nada.
Es una prenda qua vale
por tres, a saber: bufanda,
gabán y guantes, porque
cuello, cuerpo y manos tapa.
Y no se diga lo fácil
de ponerla y de quitarla:
¡arriba!, ya está en los hombros;
¡abajol, ya está quitada.
Y en cuanto a garbo, decidme:
¿dónde hay cosa con tal gracia?
Ella se ciñe al contorno,
se despliega, sube, baja,
ondula, vuela, revuela
y da presencia gallarda
a todos, siendo en el prócer
vestidura aristocrática,
en el burgués, distinguida,
en el macareno, maja,
y traje de ceremonia
en el pueblo, por honrada.
Su origen es nobilísimo,
su ejecutoria, tan alta,
que por pergaminos tiene
toda la historia de España.
Descendiente nada menos
que de lo toga romana,
la que vistió Quintiliano,
Séneca, Marcial y cuantas
celebridades en Roma
brillaron de nuestra patria.
Llamó la atención en Flandes,
cuando el gran Duque de Alba
con los Tercios españoles
mantuvo allí nuestras armas,
y allí de Don Juan Tenorio
sobre los hombros flotaba
llevándose entre sus pliegues
el corazón de las damas.
¿Qué más? Hasta en nuestros días
le han erigido una estatua,
¿Quién no ha visto la que tiene
en la Corte, Mendizábal?
Y, ¿cómo está el hacendista?,
¿con frac?, ¿con saco?, ¡Con capa!
Me parece que he nombrado
(en mal hora lo nombrara
(el «saco»: ese es el rival,
la caricatura extraña,
el «inri» y el enemigo
ridículo de la capa.
Pero, ¡señor! ¿es posible
que un ropón tosco y sin gracia,
costal, bueno para grano,
jergón, rico para paja,
camisa, pero de fuerza
según lo que oprime y traba,
saco, en fin, que está pidiendo
que lo llenen de patatas,
pueda compararse nunca
ni hacerle sombra a la capa?,
un saco... ¡Valiente cosa!,
ni cosa es siquiera, ¡vaya!
si ?saco» es «cosa» al revés,
no es cosa, luego no es nada.
Entonces..., ¿por qué lo usan,
siendo extranjero, en España?
Por eso, por extranjero;
porque está extranjerizada
la gente, porque le gusta
todo lo exótico, y basta
que una cosa sea de extranjis
para que se quede en casa.
¿Qué no es papel muy airoso
el que hacemos?... ¡Quién lo haga!
Puede hacerlo aquel que quiera,
que a mí no me da la gana.
La capa, ¿no es española?,
pues me quedo con la capa,
que yo, por ser español,
¡soy más español que España!
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