Todos queremos vivir largo tiempo; al menos es lo que decimos, pero no es verdad.
Cuando pensamos que nos gustaría cumplir cien años, en realidad estamos pensando en un siglo de buen vivir; un siglo de salud y facultades físicas y mentales que nos permitan disfrutar de la vida todo ese tiempo. Nadie desea una vejez interminable cuajada de sufrimientos y limitaciones; nadie quiere una enfermedad alargada en el tiempo hasta la desesperación ni una dilatada etapa de incapacidad humillante. La vida sólo merece la pena con dignidad y lo que todos queremos no es una vida larga sino mucho tiempo de calidad de vida.
Y sin embargo, a pesar de que este sea un íntimo deseo del común de los mortales, poco o nada hacemos para cumplirlo. Fumamos, bebemos, comemos más de lo razonable; ... y hasta nos consumimos en un trajín constante y agotador que nos está matando, sólo para poder mantener la aprobación social de cuatro imbéciles que nunca nos han querido.
Olvidamos que nuestras vidas tienen fecha de caducidad y que la máquina psicofísica que somos es delicada y compleja y se estropea sin sentir.
Dicen que el proceso de envejecimiento está ligado a la oxidación celular; que el tiempo nos oxida hasta dejamos como herrones carcomidos por el salitre. También dicen que determinados alimentos contienen antioxidantes capaces de amortiguar el proceso y ralentizarlo; vaya usted a saber. Yo tengo mi propia opinión sobre el asunto; opinión que, casi con toda seguridad no contradice la de los antioxidantes esos. Estoy convencido de que el secreto de la vida es el continuo. No se pueden dar vacaciones ni al cuerpo ni a la mente; el descanso es sólo un cambio de actividad y el pararse es morir. La vida depende de la voluntad de vivir y eso implica un esfuerzo permanente por mantenerse activo sin la menor tregua; aunque, teniendo muy claro el significado y el alcance de esta afirmación ya que mantenerse activo no tiene nada que ver con ser un zangolotino histérico que no se relaje ni durmiendo. Nada de eso.
Mantenerse activo es no permitir que el sillón y la pereza atrofien poco a poco y sin sentir la flexibilidad de nuestras articulaciones de manera que a los sesenta ya no podamos dar una carrera. Es no perder con el paso de los años la fuerza del deseo y caducar en la cama porque permitimos sin ninguna resistencia que el día a día se convirtiera en un semana a semana y luego en un mes a mes. Es no perder nunca la línea, porque empezamos un día perdiendo La Línea y detrás se nos van sin sentir Algeciras, Tarifa, San Roque, y todo el campo de Gibraltar ... y, en fin, mantenerse activo debe incluir el placer de dormir ocho horas seguidas a pierna suelta y levantamos despejados, enérgicos y con hambre de lobo. Incluso debería incluir en algún momento la sensación increíble que da la holganza total; el placer de no hacer absolutamente nada.
Porque creo firmemente que se vive más consumiendo menos; que se vive más siendo paciente como un sabio, sereno y sobrio como las obras de arte , teniendo familia, amigos y gente que te quiera; siendo honesto contigo mismo y leal a tu corazón y a tus instintos; ... y si no se vive más, al menos se vive mejor cuando te garantizas que no será la soberbia lo que te lleve al infierno; ... ni la arrogancia, ni la ambición, ni la hipocresía y la falsedad.
Y, desde luego, se vive más cuando no se pierde la capacidad de sonreírle a la vida, porque la vida es un regalo y casi un milagro.
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