OPINIÓN Literatura
EL NUEVO MARCO POLO. (Luis Mendoza Pantión. "Diario Córdoba"). 27-08-2010 Algunas noches nos sentábamos en la plaza de Priego, bajo el reloj del Ayuntamiento, que es una luna grande con números y agujas. Allí mismo pude comprobar, con claridad y por las buenas, que cuando uno cree que ya conoce todo, que casi todo lo aprendió con el simple discurrir de los hechos y los días, surge la sorpresa. Otras posibilidades, muchísimas; otros horizontes y nuevas esperanzas: propósitos de enmienda para reflexionar, abrir las puertas a la luz de nuestras domesticadas neuronas y conocer. Aprender, no de la vida, que hemos llegado a saber mucho, afortunadamente, con los años más que suficientes, sino, humildemente, de otras vidas y de otras latitudes.
En la plaza del pueblo y hasta la madrugada se hablaba alto. Los de mayor edad, que éramos casi todos, teníamos la razón, que se vuelve crónica con las canas y los respetos y acaba cristalizando en verdad indiscutible. ¿Qué sabrá la gente joven? Porque cuando se nace al final de una guerra y en medio de otra se debe adquirir cierta ciencia: de necesidades, de disimulos, adulaciones... y hasta frustraciones y miedos. ¡Y los cuarenta años aquellos...! ¿Qué se creen éstos? El chico era joven, un muchacho, aunque, por arriba o por abajo, roza ya los cuarenta. Respetuosamente atendía los razonamientos, que siempre eran convicciones. Expectante y con una sonrisa permanente, aguardaba la ocasión para decir lo que pensaba. Y en ese momento, acomodaba sus gafas de concha en la nariz y, no sin un rubor visible y en voz bajita, casi acariciante, comenzaba. Los catalanes están así, son así porque toman la iniciativa y en los negocios... Los moros o los chinos no se van a meter en tu casa, mamá, ni en tu cama... ¿Por qué esos miedos?
Es como la historia escrita y la historia por escribir. Ni una ni otra suelen ser fieles a la realidad porque ambas dependen de la versión, el interés o la interpretación de los historiadores. Quizás la experiencia que nos da el tiempo nos vuelve intransigentes porque dos y dos sumaron cuatro aunque no caímos en la cuenta de que ninguna de las cantidades a sumar era un dos.
Y Marco Polo, el genuino, el de su tiempo, que trajo la pólvora en el siglo catorce y que tan bien narrara sus viajes, hizo que abrieran los ojos y las bocas sus coetáneos, que mirasen a través de aquellas ventanas nunca abiertas, que arrinconaran o eliminaran tantas supersticiones debidas a la ignorancia. Alimentos, costumbres, razas, paisajes y dioses, que los convertirían en más agradecidos y más humildes, convencidos de que la verdad podía ser multiforme y debía tener mucho que ver con la sonrisa. Que la sonrisa es tolerancia, luz y puertas abiertas: a miles de millones de voces y muchos más miles de millones de sentimientos.
El joven, casi el muchacho que raya en los cuarenta, con el susurro amable de su voz nos obligaba, a veces, a contener el aliento. Tampoco queríamos perder nada de sus escasas intervenciones. No nos descubría la pólvora porque nosotros teníamos la razón por años y por mayoría, pero conocíamos de su persona que había recorrido un buen trozo de mundo, que, últimamente, había pasado, hasta quedarse sin dinero, mes y medio, con los chinos en China; que había comido escarabajos fritos y gusanos gordos y que ensayaba el dormir en el suelo sobre dos cojines. Sabíamos que su trabajo aquí, en España, consiste en ayudar a los chicos --ahora sí-- muy jóvenes en conocer opciones y que no se pierdan. Es un nuevo Marco Polo para aliviar un poco y amablemente las ignorancias. Tal vez ayude a los sabios mayores a conocer los tonos intermedios, a descubrir la parte de belleza y razón que hay en todas y cada una de las personas.
* Profesor y escritor.
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