Cuando lo divisas desde la carretera te con­tagias de su sobriedad y solemnidad. Su misión no es otra que el de ser el escaparate de una ciudad llena de encanto y belleza.

Traspasando sus muros nos vamos hacia el Paseo, que tiene su peculiaridad el mecerse sobre los montes. Entre ambos se pacta un entendimiento que da florecimiento al entorno. Unos pasos más adelante desembo­cas en la Carrera de Álvarez, con sus árboles y edificios centenarios que son cortejados por la iglesia de la Aurora.

Vamos ya a la famosa Villa; aquí ya es difícil su descripción. Adentrarte por sus estrechas calles y casas bendecidas por la sobriedad y belleza, y adornadas por sus flores. Entrar en sus calles es sumergirse en un incontenible canto a la magia y a la belleza, no exenta de poesía, que destilan sus calles, sus casas, etc, etc. Muy próximo está el Llano con su Castillo y la Iglesia de la Asunción; ésta grandiosa, y éste echándole un pulso a la historia.

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