© Enrique Alcalá Ortiz
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Con ser un barrio popular de gente pobre y trabajadora, tenía una fama diferente a la que por entonces poseían arrabales situados al sur de la ciudad, por ejemplo. Y con esto no quiero ofender a nadie. Supongo, que los residían en calles principales, como la calle Río, se sentirían más importantes que el resto de los vecinos de la ciudad ya que muchos vivían de sus rentas, propiedades o negocios y no estaban empleados a sueldo o dependían de un jornal eventual. Esto siempre ha sido así y creo que seguirá siendo.
Nada más pasar el edificio de las Carnicerías, que en aquella época por paradoja del destino estaba destinado a pescadería, nos encontrábamos un lavadero público. Era uno de los tantos que se hicieron en la República en Priego y aldeas, porque a pesar de haberse canalizado las aguas unos años antes, mucha gente aún no la tenía en su casa. Por los sesenta, dejó ya de cumplir su misión y fue derribado para construir las oficinas de Extensión Agraria, hoy de Servicios Sociales. El lavadero público era de simple factura, muy parecido al que todavía existe en la calle Loja. Tenía forma de rectángulo y dentro había dos filas de unos seis lavaderos que se daban frente, separados por una fuente común. Las piedras de lavar eran unos gruesos bloques de piedra geña blanca, gris o roja que presentaban unas canaladuras hechas por el picapedrero. En ellas ponían la prenda sucia las mujeres y después de refregado el jabón empezaban a restregarla contra el canto hasta que dejaba la suciedad. La persistente se cogía entre los puños y se le daba cientos de veces hasta que se veía la prenda limpia. De esta forma, el día de lavado para la mujer era un martirio casero más entre los muchos existentes. Nunca vi lavando a un hombre, puesto que esta faena doméstica tenía sexo femenino. Allí se las contemplaba, a pesar de la tarea tan ingrata, hablando sin cesar y cantando, hasta que retorcidos todos los trapos los echaban en sus lebrillos o barreños y con ellos en las caderas emprendían el camino de casa.
Enfrente mismo del lavadero, existe una pequeña cuesta que daba acceso a una casa adosaba a la muralla de la iglesia de San Pedro. Era la casa que el Ayuntamiento había permitido construir a un tal Glorieto. Aunque yo nunca llegué a conocerle, sí me llegó su fama a través de los escritos de Carlos Valverde López, y sobre todo en las coplas de las murgas del Carnaval que se cantaban antes de los años treinta. Con el número 1514 tenemos publicada en el tomo II del Cancionero Popular de Priego una que hace referencia a este tipo popular del barrio que no llegué a conocer:
De las mejores industrias
hasta el día conocidas
figura la del señor Glorieto
por su buena mercancía.
Si tiene loro
y jaula quiere comprar,
vaya casa Glorieto
que allí se la venderán.
Tiene ratoneras viejas,
cogedores de basura
y estribos para montar.
También tiene allí colgando,
dándole siempre el relente,
los cuernos que le sirvieron
hace tiempo pa el aceite.