JACINTO MAÑAS
Fuente del Caño, la del agua fría,
que antaño apaciguara lo morisco,
serrana como flor de malvavisco,
limpia y cristiana como avemaría.
¿Quién se acordó de ti? ¿Qué mano impía
se te desmelenó como cellisco,
sin preguntar al padre San Francisco
siquiera? ¡Cuán tamaña la osadía!
Yo te recuerdo alegre, tan radiante;
solar, oasis, luz del caminante,
abierta al campo, al callejón erguida.
Fuente del Caño, tierno centinela;
motor hoy de explosión, con manivela
bermellón, alfaguara pervertida[1].
[1] Fuente del Rey, diciembre 1986, número 36, página 12.